lunes, 28 de diciembre de 2009

si banqueros y políticos fueran ángeles

Víctor Lapuente

Qué tienen en común los escándalos financieros en Estados Unidos que han desencadenado la crisis económica mundial con los escándalos de corrupción política que hacen que la mayoría de sociedades de la Europa del Sur y del Este estén cayendo en los índices internacionales de buen gobierno por debajo de países como Chile, Botswana o Qatar?

El factor más repetido a ambos lados del Atlántico es "la avaricia de unos pocos". Es un argumento muy útil para los políticos. Queda bien en los mítines disertar sobre la avaricia como resultado de la idolatría a las fuerzas del mercado desregulado o la cultura del pelotazo. Además, apelando a la avaricia humana, los políticos pueden imponer la solución más fácil de vender al electorado: mayor regulación pública (más procedimientos administrativos y registros más detallados de las actividades de todo tipo de instituciones públicas y privadas) y más organismos públicos que actúen como controles externos de las instituciones potencialmente peligrosas. Destinemos más recursos públicos a agencias reguladoras de las instituciones financieras y a fiscalías o agencias anticorrupción.

Sin embargo, hay motivos para dudar sobre la funcionalidad de esta creciente industria del control público -más allá obviamente de ayudar a ganar elecciones para los que la defienden-. Por una parte, los estudios de corrupción política muestran que aumentar el número de procedimientos administrativos (para llevar a cabo cualquier actividad económica privada o pública) o introducir agencias específicas para la lucha contra la corrupción no tiene efectos positivos significativos. Por ejemplo, la mayoría de países con bajos niveles de corrupción ni tienen agencias anticorrup-ción ni las tenían cuando estaban combatiendo activamente la corrupción.

Por otra, si analizamos los escándalos financieros que han afectado a tantos bancos americanos, vemos que el origen de los mismos no reside tanto en la ausencia de agencias reguladoras -pues siempre es posible encontrar fórmulas creativas para sortear casi todo tipo de regulaciones- como en la excesiva tolerancia hacia el riesgo de los directivos de algunas instituciones financieras. Los ejecutivos adoptaron (o toleraron que sus subordinados adoptaran) decisiones de mucho riesgo que no habrían tomado con su propio dinero. Pero eran los ahorros de los accionistas. En otras palabras, una lectura alternativa de la crisis financiera es la de un abuso sistemático de los intereses de los accionistas de las propias instituciones afectadas por parte de los ejecutivos de las mismas, que sabían que no pagarían las consecuencias plenas de sus actos y jugaron con fuego o, en este caso, con hipotecas basura.

Por tanto, lo que tienen en común las instituciones del sector privado americanas responsables de la crisis financiera con las instituciones del sector público responsables de la crisis de corrupción política en el Sur y Este de Europa es un abuso de los intereses de los accionistas (inversores en el primer caso y ciudadanos en el segundo) por parte de unos directivos (ejecutivos y políticos electos, respectivamente) que no están limitados por pesos y contrapesos dentro de sus propias organizaciones. Ambas instituciones sufren el denominado "dilema madisoniano", ya que fue James Madison, uno de los padres fundadores de la Constitución americana, quien estableció la formulación clásica del problema: "Si los ángeles gobernaran a los hombres, ni los controles externos ni internos al Gobierno serían necesarios. Al diseñar un gobierno de hombres sobre hombres, la gran dificultad reside en esto: primero debes capacitar al Gobierno para controlar a los gobernados y, segundo, obligarle a controlarse a sí mismo". Los trabajos de científicos sociales contemporáneos, como Gary Miller, demuestran que todos los gobiernos -tanto del sector público como del privado- sufren este dilema. Los gobernantes de cualquier organización, independientemente de las regulaciones que les impongamos desde fuera, siempre tendrán oportunidades para sacar ventaja de su autonomía. Por ejemplo, aprovechando que saben más que los accionistas, los ejecutivos privados siempre pueden adquirir un coche (o un jet) extra a cargo de la empresa o exponer el dinero de los accionistas a un riesgo de más a cambio de un bono. Y los gobernantes públicos siempre pueden construir una carretera o un polideportivo de más u ofrecer un trato de favor (camuflado de forma perfectamente legal) a un amigo. La solución que Miller y otros apuntan para minimizar este oportunismo inherente a las posiciones ejecutivas es crear un relativo nivel de conflicto en la cúpula de las organizaciones. Que personas con intereses distintos tengan que ponerse de acuerdo para tomar las decisiones más importantes, aquellas que pueden acarrear un mayor abuso de los intereses de los accionistas.

En el sector privado, esto es lo que ocurre en aquellas empresas en las que existe un chairman of the board que es independiente del chief executive. Esta separación de intereses (o, como mínimo, la existencia de estos dos cargos de forma independiente) es habitual en empresas e instituciones financieras europeas. Por el contrario, la norma en Estados Unidos es que una misma persona acumule ambos cargos, lo que podría explicar por qué la gran mayoría de escándalos financieros se han dado en ese país. Muchos chief executives controlaban a placer los órganos que deberían controlarlos a ellos. Como señala The Economist, una de las primeras reformas que los bancos americanos más afectados por la crisis (como Citigroup, Washington Mutual o Wells Fargo) han adoptado ha sido separar los cargos de chairman of the board y de chief executive. Ésa es también la exigencia de uno de los grupos más prestigiosos del mundo, el noruego NBIM: si queréis que invirtamos en vosotros, deberéis separar estos cargos para evitar que todo el poder se acumule en unas mismas manos.

En el sector público, el ejemplo por excelencia de separación de poderes es el Gobierno federal americano. Diseñado por pensadores como Madison, conscientes de que los gobernantes no son ángeles, un sofisticado sistema de pesos y contrapesos hace que el político más poderoso del mundo (el presidente de EE UU) tenga menos oportunidades para beneficiarse de actividades corruptas que cualquier político regional o local en un país como España -como podemos comprobar a diario-.

Diferentes versiones de este sistema madisoniano de separación de poderes en la cúpula de las organizaciones públicas se ha implantado en las administraciones occidentales que ahora son menos corruptas. En muchos gobiernos locales y regionales americanos (o de la Europa del Norte) los políticos electos monopolizan el equivalente al consejo de administración de una empresa (como el pleno o comités de área) y unos gestores profesionales, en ocasiones procedentes del mundo privado, ocupan las posiciones directivas.

Como en las "buenas empresas" europeas, el chairman of the board (alcalde o máximo representante político) no es al mismo tiempo el chief executive officer (máximo gestor público). Como políticos de partido tienen que ponerse de acuerdo con gestores con intereses distintos (unos preocupados por su reelección y los otros por su reputación profesional), las posibilidades de connivencia para llevar a cabo actividades corruptas se reducen al mínimo. Por el contrario, en los gobiernos locales y regionales (y en algunos casos incluso en los centrales), de la Europa del Sur y del Este sucede algo similar a las "malas empresas" americanas: el chairman of the board (alcalde o consejero regional) es al mismo tiempo el único y todopoderoso chief executive officer. Los intereses de los accionistas (es decir, los ciudadanos) quedan así desprotegidos porque las mismas manos (o del mismo partido) toman las decisiones con mayor margen para el abuso, como la construcción de un velódromo o la organización de la visita del Papa.

En resumen, son cambios organizativos internos y no sólo los controles externos, los que deberíamos empezar a debatir seriamente a ambos lados del Atlántico. Tanto europeos como americanos podemos aprender mucho los unos de los otros. Los europeos sobre cómo instaurar una efectiva separación de poderes en la cúpula de las organizaciones públicas y los americanos, en las del sector privado. Ya que ni los banqueros ni los políticos son ángeles, no les dejemos margen de maniobra para que actúen como seres divinos.

Víctor Lapuente es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo, Suecia.

jueves, 24 de diciembre de 2009

epílogo: "el acuerdo de copenhague"

Alejandro Nadal

¿Qué sucedió en Copenhague? El consenso es que la conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático se saldó con un estrepitoso fracaso. Sin embargo ese descalabro es el de los gobiernos y sus cómplices en el mundo corporativo y financiero. Las organizaciones civiles, nacionales e internacionales, lograron quitarle el disfraz a la mentira diplomática y pusieron al desnudo la madeja de intereses que son el principal obstáculo para alcanzar un acuerdo serio, vinculante y con plazos adecuados. Por eso no es casualidad que se les haya reprimido e impedido el acceso a la conferencia, aún a aquéllas organizaciones debidamente acreditadas.

En las últimas horas de la conferencia se llegó a un acuerdo extraño. En él se reconoce la opinión de los científicos sobre la necesidad de mantener el incremento de la temperatura promedio global por debajo de los 2 grados centígrados y se reafirma un compromiso de mantener los esfuerzos de largo plazo para lograr este objetivo. Sin embargo, nada en este documento permite pensar que los aumentos de temperatura se van a limitar a ese rango.

También se establece un compromiso sobre financiamiento: 10 mil millones de dólares (mmdd) anuales entre 2010 y 2012 para asistir a los países menos desarrollados en sus esfuerzos para reducir emisiones y para adaptarse al cambio climático.

Esta suma deberá alcanzar los cien mil millones de dólares en 2020. Esas cifras son irrisorias frente a lo que se va a necesitar y no se dice nada sobre quién las va a administrar, ni con qué criterios.

Lo más grave es lo que se pierde en este "acuerdo de Copenhague".

Primero: Las metas cuantitativas como compromiso obligatorio. Eso era lo más importante del protocolo de Kioto y por el momento, no queda nada de eso. Cierto, nada impide que en el futuro se definan metas cuantitativas vinculantes, pero si después de años de negociaciones sólo se llegó a este documento tan débil, no hay muchas razones para el optimismo. Por cierto, tampoco se definió una fecha para alcanzar acuerdos futuros. Simplemente se dice que hay que enfrentar el desafío del cambio climático "lo antes posible", lo que no es muy alentador.

Segundo: Se abandona definitivamente la meta de 350 partes por millón (ppm) de bióxido de carbono equivalente (CO2e). Ese nivel es el recomendado por un número creciente de científicos para estabilizar el aumento de temperatura y consignarlo a niveles inofensivos. Por encima de este nivel, el cambio climático acarrearía daños gravísimos para una parte significativa de la población. No importa: el acuerdo recoge la meta de 2º C que los científicos asocian a niveles cercanos a las 450 ppm de CO2e. Los países africanos y muchas repúblicas isleñas se verán severamente afectados por este incremento.

Tercero: A pesar de algunos pasajes, la negociación del acuerdo sacrificó la idea de equidad. Todas las delegaciones nacionales pensaban que estaban participando en una negociación sobre el calentamiento global. Pero el documento final resultó de un encuentro entre los jefes de Estado de un puñado de países (Estados Unidos, China, Brasil, India y Sudáfrica) al que se unió (un poco a regañadientes y al final) la Unión Europea.

Esto significa que los términos del debate sobre el cambio climático y la forma de enfrentarlo fueron secuestrados por un pequeño grupo de países. Es cierto que están entre los principales emisores de GEI, pero precisamente por eso no pueden quedarse ellos solos para definir los contornos de un nuevo acuerdo sobre cambio climático.

Los países cuya agricultura se verá más afectada, cuyos glaciares se derriten y las islas que corren el riesgo de desaparecer, simplemente no tuvieron acceso a la negociación del "acuerdo". En los hechos, sin demasiado ruido, los autores del nuevo "acuerdo" consagraron la división entre países ricos y pobres, grandes y pequeños, débiles y poderosos.

El precedente es nefasto: en el futuro, los países que dominaron la conferencia serán también los que van a definir los mecanismos para alcanzar "lo antes posible" las reducciones de emisiones. Y en el centro de esos instrumentos se encontrará el mercado de carbono y los llamados mecanismos de compensación.

No cabe duda: eso de los "países reunidos en Copenhague" es una abstracción. Lo que se reunió en la capital danesa fueron los representantes de sociedades en las que existen corporaciones industriales y entidades financieras, y en las que los ricos tienen acceso al poder, mientras los pobres sólo tienen derecho a un ingreso deprimido, a la amenaza del desempleo y a la comida chatarra.

Al final de la conferencia, las delegaciones de 194 países estuvieron de acuerdo en "tomar nota" del "acuerdo de Copenhague". Ese documento sin compromisos vinculantes, ni fue votado, ni fue firmado por nadie. Simplemente se tomó nota.

La decepción de Copenhague era esperada por muchos. Es una señal de alarma: no se puede continuar con un sistema de negociaciones diseñado para salvaguardar los intereses de los poderosos.

http://nadal.com.mx

jueves, 17 de diciembre de 2009

ni siquiera vosotros podéis controlar esta cumbre

Naomi Klein*

El sábado por la noche, después de una semana de vivir de los bares de snacks del centro de conferencias, unos cuantos de nosotros fuimos invitados a una deliciosa cena casera con una familia danesa de carne y hueso. Tras pasar la velada atónitos ante sus muebles de estilo, algunos de nosotros sentíamos curiosidad: ¿por qué los daneses son tan buenos en diseño?

“Somos frikis del control”, respondió inmediatamente nuestro anfitrión. “Viene de ser un país pequeño con no mucho poder. Tenemos que controlar lo que podamos.”

Cuando va de producir accesorios lumínicos absurdamente atractivos y sillas de escritorio alucinantemente confortables, esta forma danesa de desplazamiento (1) es clarísimamente algo muy bueno. Cuando va de organizar una cumbre mundial con intención de cambio, la necesidad de los daneses por el control se convierte en un serio problema.

Los daneses han invertido una cantidad enorme de dinero en el co-branding (2) de su ciudad capitolio (ahora “Hopenhagen” (3)) con una cumbre que supuestamente salvará el mundo. Eso estaría bien si esta cumbre de verdad estuviera en el camino de salvar el mundo. Pero como no es así, los daneses están intentando frenéticamente rediseñarnos.

Tomemos como ejemplo las protestas del fin de semana. Al final, alrededor de 1.100 personas han sido arrestadas. Esto es simple y llanamente una barbaridad. La manifestación del sábado, con aproximadamente 100.000 personas, tuvo lugar en un momento crucial de las negociaciones sobre el clima en el que todos los indicios apuntaban a un fracaso de las mismas o a un acuerdo peligrosamente débil. La marcha fue festiva y pacífica pero también tenaz. “El clima no se negocia” era el mensaje, y los negociadores occidentales necesitaban oírlo.

Cuando un puñado de personas empezó a lanzar piedras y a hacer estallar granadas sonoras (no, no fueron “disparos” como el Huffington Post alarmantemente informó), los manifestantes lo resolvieron por sí mismos pidiendo a la gente responsable de los hechos que abandonara la protesta, cosa que hicieron rápidamente. Yo estaba en ese lugar de la manifestación y aquello apenas interrumpió la conversación que estaba teniendo. Llamar a esto “disturbios”, como hizo absurdamente el British Telegraph, no es justo para los auténticos alborotadores y creadores de disturbios, de los que hay muchos en Europa.

Da igual. Los polis de Copenhague usaron un pequeño cristal roto como pretexto para detener a casi mil personas, haciendo lo propio con otras cien al día siguiente. Cientos de estos arrestados fueron acorralados juntos, forzados a sentarse en el helado pavimento durante horas, con las manos esposadas (y algunos tobillos también). De acuerdo con el organizador Tadzio Müller, ésta no fue la gente que lanzó piedras pero “el trato fue humillante”, orinándose encima algunos de los detenidos por no permitirles que se movieran.

Los arrestos, parte de un patrón reproducido durante toda la semana, sonaban como un aviso: no se tolerarán desvíos del mensaje “Hopenhagen”.

Dentro de la cumbre oficial, los delegados se congregaban alrededor de televisores de pantalla plana para ver a la policía empujar a los manifestantes contra la pared y romper la marcha. A algunos debió sonarles de algo. Después de todo, eso es en esencia lo que el gobierno danés y otras potencias occidentales han estado haciendo aquí durante toda la semana: intentar romper el bloque de los países en desarrollo, el G77, usando las clásicas tácticas del divide y vencerás, incluyendo la de empujar contra la pared a Estados especialmente vulnerables con ofertas exclusivas.

No habiendo sacado nada en claro del “texto danés filtrado”, esta tarde tuvo lugar una reunión a la que fueron invitados 40 Estados para cocinar un acuerdo; el resto de los 192 Estados representados no tienen ni idea de lo que han decidido – difícilmente es esto la democracia que la ONU había prometido.

La prueba definitiva sobre el asunto del control danés tendrá lugar el miércoles en la acción de Reclamo de Poder. Por la mañana marcharán los manifestantes hacia el Bella Center para exigir soluciones reales a la crisis climática, no la confusa matemática ni el comercio de carbono de oferta del interior. A los delegados ahí dentro que piensan de la misma manera –y los hay a miles- se les está invitando a unirse a los manifestantes.

Si todo va bien, en algún lugar cerca del Bella Center tendrá lugar una “asamblea del pueblo”, una oportunidad para resaltar algunas de las muchas soluciones de sentido común que se han obviado en las negociaciones, incluyendo la de dejar las arenas de alquitrán (4) de Alberta donde están y el pago de “reparaciones” climáticas.

Los organizadores del Reclamo de Poder han establecido con claridad que están comprometidos con una desobediencia civil no violenta. Incluso si son atacados por la policía, no responderán con violencia. Aún así, el espectro de una disidencia fuera de todo guión que desvíe la atención de la conferencia oficial del miércoles tiene locos, sin duda, a nuestros anfitriones daneses.

Esperemos que no se enfrenten a sus rollos sobre el control intentando amontonar a todo el mundo en gallineros: los manifestantes lejos del Bella Center, los delegados encerrados dentro. Porque esta acción –más que cualquier cosa que haya pasado hasta ahora– tiene el potencial de enviar un claro y mucho más necesario mensaje al mundo: sólo un acuerdo dictado por la ciencia y la justicia tendrá efecto.

Así que un recordatorio para nuestros anfitriones daneses: desde luego que Copenhague es vuestra ciudad, y nos encantáis por vuestras bicis y vuestros molinos. Pero el planeta es de todos. Dejad de diseñar la fotografía con nosotros fuera de ella.

Notas del Traductor:
(1) En psicoanálisis, la transferencia inconsciente de una emoción intensa de un objeto a otro.
(2) El concepto convencional de "co-branding" es el de asociación de dos
marcas con el fin de potenciar el valor y la rentabilidad de las mismas.
(3) Juego de palabras con el nombre de la ciudad y el verbo “Hope”: tener esperanza
(4) También llamadas arenas bituminosas o arenas de petróleo

http://www.naomiklein.org/main

jueves, 10 de diciembre de 2009

ultimátum a la tierra

Ignacio Ramonet

Representantes de todos los países del mundo se reúnen en Copenhague (Dinamarca) del 7 al 18 de diciembre en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, con el objetivo de evitar que, de aquí a 2050, la temperatura media del planeta aumente en más de dos grados. Si la Tierra fuese un balón de fútbol, el espesor de la atmósfera sería de apenas dos milímetros... Nos hemos olvidado de la increíble estrechez de la capa atmosférica y consideramos que ésta puede absorber sin límites cualquier cantidad de gases nocivos. Resultado: se ha creado, en torno al planeta, un sucio envoltorio gaseoso que captura el calor del sol y funciona como un auténtico invernadero.

El calentamiento del sistema climático es una realidad inequívoca. Unos 2.500 científicos internacionales, miembros del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la Evolución del Clima (GIEEC) (1), lo han confirmado de modo indiscutible. Su causa principal es la actividad humana que produce un aumento descontrolado de emisiones de gases, sobre todo dióxido de carbono, CO2, producto del consumo de combustibles fósiles: carbón, petróleo, gas natural. La deforestación acrecienta el problema (2).

Desde la Convención del Clima y la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, y la firma del Protocolo de Kioto en 1997, las emisiones de CO2 han progresado más que durante los decenios precedentes. Si no se toman medidas urgentes, la temperatura media del planeta aumentará por lo menos en cuatro grados. Lo cual transformará la faz de la Tierra. Los polos y los glaciares se derretirán, el nivel de los océanos se elevará, las aguas inundarán los deltas y las ciudades costeras, archipiélagos enteros serán borrados del mapa, las sequías se intensificarán, la desertificación se extenderá, los huracanes y los tifones se multiplicarán, centenares de especies animales desaparecerán...

Las principales víctimas de esa tragedia climática serán las poblaciones ya vulnerables de África subsahariana, de Asia del sur y del sureste, de América Latina y de los países insulares ecuatoriales. En algunas regiones, las cosechas podrían reducirse en más de la mitad y el déficit de agua potable agravarse, lo que empujará a cientos de millones de "refugiados climáticos" a buscar a toda costa asilo en las zonas menos afectadas... Las "guerras climáticas" proliferarán (3).

Para evitar esa nefasta cascada de calamidades, la colectividad científica internacional recomienda una reducción urgente del 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Único modo de evitar que la situación se vuelva incontrolable.

En esa perspectiva, tres son los temas centrales que se abordan en Copenhague: 1) determinar la responsabilidad histórica de cada Estado en la actual degradación climática, sabiendo que el 80% de las emisiones de CO2 son producidas por los países más desarrollados (que sólo reúnen el 20% de la población mundial), y que los países pobres, los menos responsables del desastre climático, padecen las consecuencias más graves. 2) fijar, en nombre de la justicia climática, una compensación financiera para que aquellos Estados que más han degradado el clima aporten una ayuda significativa a los países del Sur que permita a éstos luchar contra los efectos de la catástrofe climática. Aquí se sitúa uno de los principales desacuerdos: los Estados ricos proponen una suma insuficiente, cuando los países pobres reclaman una justa compensación más elevada. 3) definir con vistas al futuro un calendario vinculante que obligue política y legalmente a los actores planetarios -tanto a los países desarrollados como a las otras potencias (China, Rusia, la India, Indonesia, México, Brasil)- a reducir progresivamente sus emisiones de gases de efecto invernadero. Ni Estados Unidos ni China (los dos principales contaminadores) aceptan esta perspectiva.

Además de esta agenda, un fantasma recorrerá las mesas de discusión de Copenhague: el del necesario cambio de modelo económico. Existe en efecto una grave contradicción entre la lógica del capitalismo (crecimiento ininterrumpido, avidez de ganancias, explotación sin fronteras) y la nueva austeridad indispensable para evitar el cataclismo climático ( léase, p. 32, el artículo de Riccardo Petrella ).

Si el sistema soviético implosionó fue, entre otras razones, porque descansaba sobre un método de producción que valoraba principalmente el beneficio político de las empresas (creaban obreros) y no su coste económico. De igual modo, el sistema capitalista actual únicamente valora el beneficio económico de la producción, y no su coste ecológico. Con tal de obtener un beneficio, no le importa que un producto tenga que recorrer miles de kilómetros, con la emisión de toneladas de CO2 que eso supone, antes de llegar a las manos del consumidor. Aunque ello ponga en peligro, a fin de cuentas, a toda la humanidad.

Por otra parte, es un sistema despilfarrador que agota los recursos del planeta. Actualmente la Tierra ya es incapaz de regenerar un 30% de lo que cada año consumen sus habitantes. Y demográficamente éstos no cesan de crecer. Somos ya 6.800 millones, y en 2050 seremos 9.150 millones... Lo que complica el problema. Porque no hay recursos para todos. Si cada habitante consumiese como un estadounidense se necesitarían los recursos de tres planetas. Si consumiese como un europeo, los de dos planetas... Cuando no disponemos más que de una Tierra. Una diminuta isla en la inmensidad de las galaxias.

De ahí la urgencia en adoptar medidas que detengan la huida hacia el abismo. De ahí también, ante el cinismo de muchos líderes mundiales, la rabia de los miles de militantes ecologistas que convergen de todo el planeta hacia la capital danesa gritando dos consignas: "¡Cambiad el sistema, no el clima!" y "Si el clima fuese un banco ¡ya lo habrían salvado!".

Se cumplen diez años de las grandes manifestaciones de la "batalla de Seattle" que vieron nacer el movimiento altermundialista. En Copenhague, una nueva generación de contestatarios y activistas, en nombre de la justicia climática, se dispone a abrir un nuevo ciclo de luchas sociales. La movilización es enorme. La pelea va a ser grandiosa. Está en juego la supervivencia de la humanidad.

Notas: (1) Recompensado colectivamente, en 2007, con el Premio Nobel de la Paz por sus informes sobre los cambios climáticos.

(2) Los árboles, las plantas y las algas de los océanos absorben y neutralizan el CO2, y producen oxígeno; de ese modo ayudan a combatir el efecto invernadero.

(3) Léase Harald Welzer, Les Guerres du climat. Pourquoi on tue au XXIe siècle , traducido del alemán por Bernard Lortholary, Gallimard, París, 2009.

sábado, 21 de noviembre de 2009

la influencia política y corruptora de la banca en las soluciones a la crisis

Vicenç Navarro*

El Congreso de EEUU estableció el pasado 1 de septiembre una Comisión (compuesta por seis demócratas y cuatro republicanos) con el fin de analizar las causas de la crisis financiera, asignar responsabilidades y proponer medidas legislativas que prevengan la aparición de nuevas crisis. Está Comisión está dotada de un equipo técnico dirigido por Thomas Greene, que fue fiscal del Estado de California cuando se investigó el caso Enron, entre otros.

El Presidente (en inglés Chairman) de la Comisión, el demócrata Phil Angelides, intenta que su impacto sea semejante al que tuvo la comisión Pecora (que debe su nombre a su Presidente, Fernandín Pecora), nombrada en el New Deal cuando el Presidente Franklin D. Roosevelt dirigió la recuperación de la economía estadounidense durante la Gran Depresión. Tal Comisión del Congreso propuso toda una serie de leyes que, una vez aprobadas por el Congreso, pasaron a ser la arquitectura regulatoria del sistema financiero estadounidense. Una pieza clave de esta arquitectura fue la Ley Glass-Steagall Act, que separó los bancos de depósitos (commercial banks) de los bancos de inversión (investment banks), a fin de proteger a la banca comercial de los riesgos que conllevan las actividades (muchas veces especulativas) de los bancos de inversión. Esta ley fue anulada por el Presidente Clinton siguiendo el consejo de su Secretario del Tesoro (equivalente a Ministro de Economía y Hacienda en EEUU) Larry Summers, y es ampliamente reconocido que su anulación es una de las causas más importantes del desarrollo de la crisis financiera.

Además de esta Comisión, en la Cámara Baja del Congreso existe un Comité, el Comité de la Reforma y Supervisión del Gobierno (House Committee on Oversight and Government Reform), presidido por Edolphus Towns, demócrata de Brooklin, Nueva York, que también está analizando las causas de la crisis. Tal Comité tiene el poder de llamar a cualquier miembro de la Administración Pública para que dé testimonio, incluidos miembros del Banco Central Estadounidense (The Federal Reserve Board - FRB), habiendo puesto en situaciones incómodas a los representantes del Banco. Tal Comité ha sido muy crítico con el comportamiento del FRB, no sólo en la génesis de la crisis, sino también en la manera como se ha llevado a cabo el rescate de la Banca en EEUU (centrada en Wall Street).

Cuatro son las conclusiones que se derivan de estas investigaciones. Una es que la eliminación de la citada ley Glass-Steagall que facilitó la aparición de enormes megabancos que han gozado de una enorme influencia en el Ministerio de Economía y Hacienda y en el FRB. La mayor motivación de la Administración Bush y la Administración Obama ha sido salvar a estos megabancos a toda costa bajo el argumento de que son demasiado grandes para permitir que quiebren. Han considerado que su colapso dañaría a la economía estadounidense y a la mundial. Las medidas de apoyo a tales bancos han ido encaminadas a mantenerlos con el tamaño actual, y ello a costa de permitirles que sigan con sus prácticas habituales. Una pieza clave para su mantenimiento era salvar la compañía de seguros AIG (pues era la que aseguraba los instrumentos con mayor riesgo o derivativos, que poseían aquellos megabancos). La ayuda que significó el control de AIG por el Gobierno federal ha permitido canalizar gran número de productos tóxicos hacia tal compañía de seguros, así como hacia las compañías federalizadas como Fannie Mae y Federal Reserve Look. Tal canalización de dichos productos tóxicos se ha hecho de una manera opaca sin el conocimiento de la ciudadanía, pues el Ministerio de Economía y Hacienda era plenamente consciente de que se estaba salvando a los megabancos mediante la absorción de los productos tóxicos por parte de las instituciones bancarias federales.

Una segunda conclusión es que había un fraude generalizado en las prácticas de los megabancos, fraudes que eran conocidos por las agencias de regulación federal que mantuvieron una actitud laxa en su responsabilidad reguladora. La Comisión y el Comité explican este comportamiento por la enorme influencia que ejercen los megabancos sobre el gobierno federal, tanto a nivel del ejecutivo como a nivel del legislativo, influencia que se traduce en las conexiones existentes entre la clase política y la administración pública por un lado y los megabancos por el otro.

Una tercera conclusión importante a señalar es que la crisis financiera tiene, en realidad, causas políticas. Aunque los republicanos han sido los que han enfatizado más la desregulación de la banca y han sido los mayores responsables de la creación de una cultura de laxitud en el comportamiento de las agencias públicas reguladoras (consecuencia de sus creencias liberales), los demócratas han sido determinantes en el desarrollo de tales comportamientos. La terminación de la Glass-Steagall Act tuvo lugar en 1999, bajo la Administración Clinton, conocedora de la existencia de tales prácticas fraudulentas, pues eran conocidas por el Ministerio de Economía y Hacienda muchos años antes, desde el principio de su Administración.

Una cuarta conclusión es que la institución con mayor responsabilidad sobre esta colección de “irresponsabilidades” fue el FRB, que falló estrepitosamente en su función reguladora del sistema bancario, fallo que se atribuye a estar imbuida de una ideología liberal que sistemáticamente favorecía al capital financiero sobre el capital productivo y al mundo del capital sobre el mundo del trabajo, contribuyendo a un enorme crecimiento de la polarización de rentas, una de las causas de la crisis (ver mi artículo “La silenciada causa de la crisis”, Público, 19.03.09). El gurú de tales políticas fue su gobernador, Alan Greenspan, que había sido canonizado por el establishment financiero, político y mediático de aquel país, refiriéndose a él como el Maestro. Las políticas crediticias del FRB jugaron un papel clave en la creación de las burbujas, de las cuales, la inmobiliaria había sido la última y más destructiva.

De estas conclusiones se derivan varias reflexiones. Una de ellas, ya mencionada en las conclusiones citadas anteriormente, es que la causa de la crisis es política y toca un tema que no debe soslayarse si quiere resolverse el problema. Y es la enorme influencia que el poder financiero tiene en la democracia estadounidense (y en la mayoría de democracias, incluyendo España). La financiación de las campañas electorales de EEUU por parte del capital financiero (con millones de dólares asignados a los miembros de los Comités que supervisan el capital financiero) está corrompiendo el sistema político. Es de una enorme incoherencia que incluso articulistas que se autodefinen como progresistas en España, defienden que poderes económicos puedan aportar fondos a los partidos y a los candidatos. Esta práctica corrompe a la democracia. Y el ejemplo de EEUU es contundente.

Las propuestas que se están barajando en el citado Comité de la Cámara Baja (prohibir que los bancos puedan contribuir a las campañas electorales de los miembros de los Comités que supervisan a la banca) son necesarias, pero dramáticamente insuficientes. La influencia de la banca y de las compañías de seguros va incluso más allá de la financiación de las campañas electorales de los políticos. Incluye otras maneras de ejercer su influencia, tales como el hecho de que la mayoría de lobistas que defienden los intereses de la Banca han trabajado antes en aquellos Comités que supervisan a la Banca. Estas redes de influencia también corrompen la democracia.

Además de los lobistas, existe la puerta rotativa de cargos políticos que proceden de la banca y cargos bancarios que proceden del mundo político. Geithner (el Ministro actual de Economía de la Administración Obama, encargado de rescatar la banca) tiene como su jefe de gabinete al que había sido jefe del grupo de lobistas de Goldman Sachs (uno de los bancos más beneficiados en la tal llamada recuperación financiera federal). El secretario general de tal Ministerio había sido el delegado general de City Group (otro banco ayudado). Otro delegado de City Group trabaja en la Casa Blanca asesorando al Presidente Obama, el cual ha nombrado también a un economista que dirigió UBS (hoy en los tribunales por asesorar a ricos sobre cómo realizar fraude fiscal), como miembro del grupo de trabajo que trabaja en la recuperación económica.

Tal maridaje (bajo la administración Obama) del gobierno federal con Wall Street, continúa el existente bajo las administraciones anteriores. El Ministro de Economía de la Administración Bush junior fue Henry Paulson, presidente de Goldman Sachs, y uno de los mayores proponentes de la desregulación financiera, habiendo terminado la normativa de la Comisión de Seguridades e Intercambios (Securities and Exchange Commissions), que prohibía ciertas prácticas crediticias de tipo especulativo. Y el mismo Ministro actual de Economía, el Sr. Geithner, cuando era el director del FRB de Nueva York, fue uno de los mayores proponentes de la desregulación bancaria, conociéndose su amistad con los máximos dirigentes de Wall Street. Todos estos y otros datos explican que en una entrevista al que fue el principal economista (chief economist) del Fondo Monetario Internacional, Mr. Simon Johnson, éste definiera en un reciente artículo en Athlantic Monthly (mayo de 2009) que lo que había ocurrido en EEUU era un golpe de estado “silencioso y silenciado” del capital financiero que había tomado el gobierno federal.

El neoliberalismo facilitó tal corrupción


Es importante subrayar que tales conexiones han representado la matriz material sobre la cual se ha basado el proyecto neoliberal. La fortaleza de este último es el síntoma del poder del capital financiero. Tal neoliberalismo ha sido la justificación de unas políticas enormemente corruptas, desarrolladas predominantemente en beneficio de los intereses del capital financiero. Creerse que los que promueven el neoliberalismo están equivocados es asumir que no saben lo que hacen. Lo saben y les está yendo muy bien. Como siempre ha hecho cualquier clase o élite dominante, ha identificado sus intereses con los intereses del país. Un ejemplo de ello es el Sr. Summers, uno de los diseñadores de las políticas de rescate de la banca. Summers es el chief economic advisor del Presidente Obama, que no tuvo ninguna duda en desarrollar el mayor programa de beneficencia asistencial que se haya conocido en la historia de cualquier país, beneficencia de asistencia, no a los pobres, sino a los bancos. El Sr. Summers, que fue uno de los arquitectos del programa de privatizaciones en los países del Este de Europa (responsable de que la esperanza de vida de Rusia descendiera dramáticamente) defendió sus políticas bajo el argumento de que defendía los intereses del país. En realidad, los únicos que se beneficiaron fueron los intereses bancarios (y empresariales) de EEUU, para los cuales trabajaba, incluyendo el City Group y los hedge funds (de los cuales ha recibido, en estos últimos años, cinco millones de dólares).

La pregunta que se han hecho sectores progresistas que apoyaron a Obama, es cómo pudo el presidente Obama nombrar a estas personas tan próximas a Wall Street, algunas de las cuales eran responsables de las medidas desreguladoras que habían desencadenado la crisis. La respuesta que dio Obama es que necesitaba nombrar a personas que conocían bien el sistema financiero para poder resolver la crisis, subrayando que él sería quien dictaría las políticas a seguir. Obama, sin embargo, había aceptado el marco ideológico, el neoliberalismo, que había promovido las causas de la crisis. De ahí que el resultado ha sido que se han desarrollado políticas que han fortalecido a los megabancos. Podría haber nombrado a otros economistas, también conocedores del sistema financiero, que podrían haber seguido políticas distintas. Pero, escogió a aquellos economistas liberales porque encajaban con su percepción de lo que era necesario para resolver la crisis. Identificó los intereses de la banca con los intereses del país.

La relevancia de estos hechos en España

En la lectura de este artículo, el lector habrá podido ver algunas semejanzas con el caso español. El enorme fallo del Banco de España en la supervisión y regulación de la banca, en su laxitud reguladora, en su incapacidad de prevenir la burbuja inmobiliaria (la mayor responsable de la crisis financiera en España), su excesiva complicidad con la banca, su liberalismo financiero y económico, su falta de transparencia y responsabilidad pública, son todos ellos datos que debieran exigir el establecimiento de una comisión parlamentaria de análisis de cuáles han sido las causas de tal crisis en España, incluyendo también un estudio de las relaciones entre la Administración Pública por una parte y los intereses económicos y financieros por otra. La gran tolerancia hacia la existencia de estas relaciones (tipificada por el caso David Taguas, procedente de la Banca, que pasó de trabajar en La Moncloa diseñando políticas económicas y financieras, a dirigir el lobby inmobiliario constructor) es también síntoma de esta política corrupta que está dañando enormemente a la democracia española.

Por otra parte, la misma pregunta que las fuerzas progresistas estadounidenses le hacen a Obama, debiera hacerse al Presidente Zapatero. ¿Cómo es que muchos de los economistas de los sucesivos equipos económicos del gobierno socialista han pertenecido a la sensibilidad liberal (Taguas favorece la privatización de la Seguridad Social, como ha ocurrido en Chile), procedentes muchos de ellos de los centros de estudios de la Banca o del Banco de España? ¿Cómo es que el Gobierno nombró a Fernández Ordóñez, conocido liberal, Gobernador del Banco de España, institución que ha confundido los intereses de la Banca con los intereses de España y que ha sido uno de los agentes que han fallado más en esta crisis? Una respuesta a estas preguntas es que el Gobierno aceptó por demasiado tiempo las premisas liberales que causaron la crisis y que ahora están dificultando la recuperación económica. Sería de desear que el Gobierno recuperara plenamente su vocación transformadora que quedaba reflejada en su programa y que todavía necesita desarrollarse plenamente. Para ello debe aliarse con las fuerzas a su izquierda que le permitan neutralizar a las fuerzas conservadoras y liberales promovidas por el capital financiero en España.

* Vicenç Navarro ha sido Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España). Es también profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 35 años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University. Dirige también el Observatorio Social de España.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

¿hay soluciones para afganistán?

Alberto Piris*

El profesor Marc W. Herold, del departamento de Economía de la Universidad de New Hampshire (EEUU), no es un recién llegado al círculo de analistas internacionales preocupados por Afganistán y por la guerra que viene asolando este país durante más de ocho años. Su original y completo análisis geopolítico ( Afganistán como un espacio vacío - El perfecto estado colonial del siglo XXI, ed. Foca, Madrid 2007) es quizá, por ahora, el más completo manual de referencia sobre Afganistán disponible en lengua española.

El pasado 15 de octubre pronunció una conferencia en la Harvard Law School, con el título "Afganistán, resistiendo a la ocupación y al fundamentalismo", que hubiera sido de mucha utilidad para los ministros de Defensa de la OTAN reunidos en Bratislava la semana pasada. Éstos intentaron ponerse de acuerdo sobre la estrategia más conveniente que permita vislumbrar un final aceptable para esta guerra que amenaza con eternizarse. Y que amenaza, también, con poner en serias dificultades a los Gobiernos involucrados en ella a través de la OTAN, ante unas opiniones públicas cada vez más opuestas a la continuación del esfuerzo bélico, y a la misma Alianza Atlántica, que ha acabado por hacer del éxito militar de sus armas en Oriente Medio una cuestión de vida o muerte para su credibilidad y su discutible supervivencia como tal organización militar.

Inició su intervención exponiendo unos puntos básicos, que luego desarrolló, de entre los que merece la pena extractar lo siguiente:

"La guerra de EEUU en Afganistán no puede ganarse ni militarmente ni en términos de contrainsurgencia. Los bombardeos y la ocupación han reforzado a Al Qaeda, en vez de debilitarla, promoviendo su descentralización al menos en dos continentes (Asia y África). Gracias a EEUU, Al Qaeda es ahora un organización global".

"La Historia nos muestra claramente que el principal factor que obliga a EEUU a retirarse de un conflicto es el aumento de sus bajas militares, como ocurrió en Indochina (1965-75), en Líbano en 1983 -con el ataque terrorista que mató a 241 soldados en Beirut- o en Somalia en 1993, con el derribo de dos helicópteros estadounidenses".

La conclusión a la que llega es: "La única solución para EEUU es retirarse lo más rápidamente posible, como hizo la URSS en 1989, y dejar que los afganos encuentren una solución viable de compromiso, lo mismo que hicieron los vietnamitas en 1975". Opina que el planteamiento de Obama y del general McChrystal -refuerzo militar y "afganización" de la seguridad- conducirá a una guerra interminable; y que, por otra parte, el del vicepresidente Biden -utilizar masivamente aviones no tripulados para destruir a Al Qaeda en las zonas fronterizas con Pakistán- crearía en los más fanáticos islamistas pashtunes una sensación tal de impotencia y ansias de venganza que propiciaria nuevas acciones terroristas, al estilo de las de Bombay, Londres, Madrid y EEUU.

Herold rechaza la extendida opinión de que la retirada de las fuerzas aliadas convertiría a Afganistán en un refugio para Al Qaeda y que EEUU volvería a ser víctima de un ataque como el sufrido el 11-S. Aduce que esta organización no necesita refugios; la preparación para los atentados contra Washington y Nueva York se realizó en unas escuelas aeronáuticas de EEUU y en unos domicilios situados en ciudades alemanas. Más que una estructura jerarquizada de mando, Al Qaeda provee una brújula que orienta a sus terroristas, que no necesitan ocultarse en recónditas guaridas.

Tampoco cree Herold que a los talibanes se les pueda aplicar el "divide y vencerás", suponiendo que haya entre ellos quienes podrían ser captados por las fuerzas de ocupación: "Los talibanes quizá no sean un bloque monolítico, pero tienen el control político de sus fuerzas. Reforzar las de EEUU favorecerá el poder de los talibanes y su capacidad de reclutamiento".

Insiste en que los talibanes y Al Qaeda no son lo mismo; las preocupaciones de aquéllos son principalmente domésticas, mientras que Al Qaeda y otros grupos similares se consideran implicados en una yihad universal. Además, recuerda Herold, los talibanes "aprendieron a finales de 2001 la violencia que puede desencadenar el poder militar de EEUU, y no desean volver a acoger entre ellos a los activistas de Al Qaeda", opinión en la que coinciden los más reflexivos analistas occidentales.

Muy poco de lo hasta aquí expuesto forma parte del actual pensamiento estratégico de la OTAN, pero no le vendría mal prestar atención a lo que el profesor Herold sugiere. No basta con repetir, como se hace a menudo, que el problema de Afganistán ha llegado a un punto donde no hay solución viable: tan erróneo parece perseverar en la ocupación militar como concluirla lo antes posible. Pero, aunque así fuese, la peor opción sería adoptar una decisión basada en la exasperación y la irritación que produce el no encontrar soluciones razonables. A veces parece obligado sospechar que esto es precisamente lo que está ocurriendo.

* General de Artillería en la reserva y analista de política internacional del Centro de Educación e Investigación para la Paz

el punto de vista ruso

Alberto Piris*

Tanto las percepciones asumidas durante un pasado de prolongado enfrentamiento, como las realidades del momento actual, obstruyen el deseable camino de entendimiento entre los dos grandes polos de poder militar que coexisten hoy en el continente europeo: Rusia y la OTAN.

Por parte de la Alianza, son conocidas las tres propuestas básicas expuestas por su secretario general, Anders Rasmussen, el mismo día de su toma de posesión, para mejorar el entendimiento entre ambas partes. Pueden resumirse así:

- Un esfuerzo conjunto de la OTAN y Rusia para reforzar su cooperación práctica en aquellos asuntos en que ambas afrontan riesgos y amenazas comunes.

- Reactivar el Consejo OTAN-Rusia, para que pueda servir como foro de diálogo sobre el modo de mejorar la paz y la estabilidad europeas.

- Una revisión conjunta de los nuevos peligros que habrá que afrontar en el siglo XXI, a fin de establecer las bases para una sólida cooperación futura.

Todo esto fue bien acogido por la opinión pública europea, pero la realidad cotidiana apenas muestra ninguna repercusión práctica de tan positivas intenciones. Como ha sucedido a menudo en la Alianza Atlántica, la interacción de países con distintos intereses y las a menudo divergentes opiniones de los altos dirigentes políticos y militares crean una cierta confusión interna que puede paralizar algunos de sus mejores propósitos.

Parece imprescindible, sin embargo, recoger también el punto de vista ruso sobre esta cuestión, tal como lo ha expuesto recientemente Vladimir Kozin, analista del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, en un artículo publicado en el diario The Moscow Times. Según él, los principales obstáculos que dificultan la cooperación de Rusia con la OTAN son ocho:

1) El sentimiento antirruso de algunos miembros de la OTAN, que se concreta en las políticas abiertamente hostiles de seis países fronterizos con Rusia y las antiguas repúblicas ex soviéticas.

2) La constante tendencia de ampliación de la OTAN, que incluye a Ucrania y Georgia, como recordó Rasmussen en el acto antes aludido.

3) La tendencia de la OTAN a reforzar sus armas nucleares y convencionales, a pesar de que en ambos tipos de armamento supera a Rusia, agravada por el hecho de que los miembros de la OTAN no han ratificado el tratado de fuerzas convencionales en Europa, lo que Rusia sí ha hecho.

4) El aumento del número de bases militares de la OTAN próximas a la frontera rusa (nueve bases más tras la primera ampliación de la Alianza).

5) Los nuevos planes que han sustituido al abortado "escudo antimisiles" de Bush, para configurar lo que Obama ha denominado la nueva arquitectura europea de defensa antimisiles, desplegarán nuevos sistemas en todos los países de la OTAN, aumentando el número de armas próximas a la frontera rusa. La vaga oferta de Rasmussen de estudiar las posibilidades de vincular los sistemas de defensa de EEUU, la OTAN y Rusia deja en el aire asuntos vitales sobre la contribución de cada uno de ellos y sobre cómo se determinará quiénes serán los enemigos a afrontar.

6) La creciente actividad de las fuerzas aéreas y navales, a veces provistas de armamento nuclear, de varios países de la OTAN en las proximidades del territorio ruso, incluyendo los mares Báltico y Negro.

7) El hecho de que Rusia sigue siendo el principal enemigo potencial de la OTAN en lo relativo a su orientación estratégica y su doctrina militar.

8) El rechazo de la OTAN a la propuesta de Medvedev de establecer un nuevo pacto de seguridad europeo que incluya a Rusia en pie de igualdad con los restante socios.

Tras esta lista de agravios, que muchos políticos rusos comparten y otros discuten, el artículo citado revela, en sus líneas finales, una constante que viene determinando la política rusa desde el tiempo de los zares, cuando aconseja a la OTAN que "tenga en cuenta que Rusia nunca consentirá ser relegada a los márgenes del mundo civilizado, en sentido político, económico o militar".

El lector estará de acuerdo en que para alcanzar un arreglo satisfactorio es necesario conocer las opiniones de las partes enfrentadas, como se hace en este comentario. Pero es probable que no haya advertido en esta cuestión una grave anomalía de fondo que todo lo perturba. Tan acostumbrados estamos ya a la situación actual, que no nos choca que, para alcanzar un entendimiento sobre cuestiones relativas a la seguridad y la defensa en nuestro continente, la Unión Europea tenga que hablar a través de la OTAN -una alianza donde el indiscutible socio hegemónico no es europeo- y no tenga voz para entenderse directamente con Rusia.

La Europa que en breve se transformará con el Tratado de Lisboa no sólo adolece de un serio déficit democrático, sino que también está lastrada desde sus más remotos orígenes por haber dejado un aspecto tan importante como el de su seguridad militar en manos de una organización militar que nació y creció durante la Guerra Fría, para oponerse a la extinta URSS. La Rusia de hoy poco tiene que ver con la URSS del pasado, pero a la burocracia de la OTAN le costará olvidar la época en que las cosas estaban muy claras y el temible enemigo a batir era ostensible para todos.

* General de Artillería en la reserva y analista de política internacional del Centro de Educación e Investigación para la Paz

domingo, 8 de noviembre de 2009

poder de clase en españa

Vicenç Navarro*

Dos hechos ocurridos estos días (hechos que pasaron desapercibidos en los medios de información de mayor difusión del país) muestran lo retrasada que está España en su sensibilidad laboral y social. O dicho de otra manera, estos hechos documentan lo enormemente poderoso que es el mundo empresarial en nuestro país. Veamos.

El primer hecho es la decisión del National Board of Industrial Injuries (el equivalente a nuestro Instituto Nacional de Seguridad Social) de Dinamarca, el cual ha decidido dar indemnizaciones a las mujeres con cáncer de mama, que lo hayan tenido como consecuencia de trabajar durante muchos años en turnos de noche, una condición laboral que se considera de alto riesgo para desarrollar tal enfermedad. El cáncer de mama es la causa de muerte más frecuente entre mujeres de 40 a 55 años, y representa el 45% de todos los cánceres que sufren las mujeres. En Dinamarca, una mujer con cáncer de mama, y que haya trabajado durante un largo periodo de su vida laboral en turnos de noche, y no tenga otros factores de riesgo que puedan haberle causado el cáncer, recibe automáticamente tal indemnización.

No así en España, donde tal causa de cáncer no es ni siquiera reconocida. Es más, aunque lo estuviera, el proceso que decide sobre indemnizaciones a los trabajadores que han enfermado por causas laborales es extremadamente favorable al mundo empresarial, el cual controla las Mutuas Laborales, las cuales usan todo tipo de intervenciones legales, habidas y por haber, exigiendo pruebas imposibles de proveer, para negar las indemnizaciones a los pacientes o a sus familiares. Cualquier médico que haya aportado evidencia a favor de sus pacientes en los tribunales sabe lo costoso, difícil, extenuante e injusto que es el sistema legal español, sesgado en contra del trabajador (que contrajo la enfermedad laboral) y a favor del mundo empresarial.

Prueba de lo que digo es el segundo caso al cual quiero hacer referencia. Mientras el Instituto Nacional de Seguridad Social de Dinamarca daba automáticamente la indemnización a 38 trabajadoras con cáncer de mama, que habían trabajado en turnos nocturnos más de veinte años, sin que tuvieran otros factores de riesgo, un Juzgado de lo Social (que decide en casos laborales) en Huesca, fallaba en contra de un trabajador que había contraído cáncer de páncreas como resultado de haber estado trabajando veinte años con compuestos químicos organoclonados, que se conoce causan este tipo de cáncer. Varios expertos declararon que las causas más importantes de este tipo de cáncer son el tabaco, la diabetes y la exposición a tales sustancias químicas. El paciente, el obrero Fernando Martínez (que falleció este junio), no fumaba, no tenía diabetes, ni ninguna otra condición que pudiera haberle causado tal tipo de cáncer. La causa era haber estado expuesto a estas sustancias químicas sin ninguna protección (que la empresa no proveyó). Ello no le fue suficiente a la juez titular del Juzgado Social de Huesca, que negó que la Mutua Laboral debiera proveer indemnización al Sr. Martínez pues, aunque estuviera expuesto a una sustancia que podía haberle causado tal cáncer, no había evidencia de causa directa y exclusiva, siendo razonable –dijo la juez- que una persona, en ausencia de una relación de causa-efecto, pudiera tener dudas sobre el caso. Es más, en España no se reconocía el cáncer de páncreas como posible enfermedad laboral. Y así terminó el caso.

Varias conclusiones se derivan de estos hechos (narrados por Berta Chulvi, Neus Moreno y Benito Carrera en la Revista de Salud Laboral de CCOO, uno de los forums más creíbles en cuanto a condiciones laborales en España). Una, es el enorme poder de la patronal en España y el sesgo sistemático y sistémico de los tribunales, llamados de justicia, a favor de la patronal. Es una situación que debiera indignar a cualquier persona con sensibilidad democrática. La transición inmodélica que tuvimos en España significó un cambio de una dictadura (enormemente favorable a la clase empresarial) a un sistema democrático sumamente insuficiente, en que tal poder de clase se muestra en la gran desprotección de la clase trabajadora, desprotección que se reproduce en los tribunales.

La segunda conclusión es que este excesivo poder de la clase empresarial interfiere en la eficiencia de la economía española. Dinamarca, como los otros países nórdicos de tradición socialdemócrata (en este momento Dinamarca está gobernada por una coalición de partidos conservadores y liberales que han respetado las conquistas sociales adquiridas durante muchos años de gobierno socialdemócrata), es uno de los países que ofrece mayor protección y seguridad al trabajador, siendo, a la vez, uno de los países con mayor eficiencia económica. Incluso Davos (el Vaticano liberal) así lo reconoce. Tales países están entre los que tienen mayor eficiencia económica, y mayor flexibilidad laboral. La famosa flexiseguridad se inventó en Dinamarca. En aquel sistema, el trabajador y los sindicatos que les representan colaboran en flexibilizar el mercado de trabajo. Y lo hacen porque tal flexibilidad no afecta a su seguridad y protección social. El gasto público social (30% del PIB) y la legislación laboral protegen al trabajador. Aquí en España (el gasto en protección social es el 19% del PIB), el excesivo poder empresarial, mal acostumbrado al régimen dictatorial, quiere imponer la flexibilidad a base de desregular y empobrecer el mercado de trabajo, haciéndole incluso difícil al trabajador el recibir compensación por un daño que, en la mayoría de casos, se debe a la negligencia empresarial. El contraste entre los dos casos que cito en este artículo es abrumador y ofende a cualquier persona que haya luchado por tener un país más justo y democrático del que tenemos.

Y una tercera consecuencia es la escasa visibilidad mediática que tienen estos temas laborales, reflejo de un excesivo poder empresarial. Los medios de mayor difusión en el país ignoran estas realidades que alcanzan niveles de crueldad.

* http://www.vnavarro.org

jueves, 5 de noviembre de 2009

la crisis económica liquida el modelo de capitalismo global desregulado

Laura Corcuera* entrevista a Manuel Castells, Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política 2009

Como catedrático de Sociología y de Urbanismo, ¿puede dar una explicación a la actual crisis?

Es una crisis financiera, resultante de la volatilidad estructural de los mercados financieros globales como consecuencia de su carácter global, interdependiente y desregulado.

La tecnología de modelos financieros basados en la creación de capital virtual, tales como derivados, opciones y futuros, así como la titularización de cualquier bien y servicios y la colateralización de activos financieros e inmobiliarios, han llevado a la destrucción de más de la mitad del valor financiero creado en el mundo desde 2003 y a la insolvencia actual o potencial de algunas de las principales entidades financieras. Por tanto el crédito se seco y la economía se detuvieron porque 2/3 del crecimiento en Europa y 3/4 en Estados Unidos es inducido por la demanda de los consumidores y dicha demanda se ha hecho esencialmente mediante la expansión del crédito sin garantías de solvencia de los endeudados. La crisis es estructural y liquida, en la práctica, el modelo de capitalismo global desregulado que había triunfado en las dos ultimas décadas.

¿Podría describir los mecanismos estructurales que está utilizando la sociedad occidental hoy para salir de esa crisis?


El más importante es la intervención sistemática del Estado sobre los mercados financieros, procediendo a un nuevo ciclo de regulación y control de la economía. Excepto entre algunos fundamentalistas del mercado, en la conciencia publica se ha terminado la confianza en la capacidad del mercado de auto-regularse y corregir excesos y desequilibrios. Al mismo tiempo, para sustituir al flujo de crédito, se ha inyectado, tanto en Europa como en Estados Unidos o China, una enorme masa de capital público (la mayor parte obtenido mediante préstamos o emisión de títulos de deuda hacia el futuro), más de dos billones de euros en Estados Unidos, un billón en Europa y otro tanto en China. Esa inyección ha servido para frenar la caída libre de la producción y el empleo (crecimiento negativo durante los últimos 12 meses en Europa y EEUU). Pero como es insostenible mantener ese nivel de estímulo fiscal las causas de la crisis no se han resuelto y lo que se plantea es la reforma del modelo de crecimiento de la economía de mercado, algo que nadie realmente sabe cómo hacer. Y como la crisis es global y no hay regulador global, los desequilibrios seguirán acentuándose.

Usted sugiere que la futura estructura social estará fragmentada por la gran flexibilización e individualización del trabajo…


No digo que estará, digo que está, yo nunca hablo en futuro. La mayoría de los trabajadores tienen empleos y realizan actividades definidas por proyectos empresariales concretos, que son temporales o intermitentes, sobre todo si se incluyen los trabajadores autónomos y de servicios especializados. La plantilla fija en la gran fábrica es ahora la excepción, no la regla, entre otras cosas porque las grandes fábricas en Europa o Estados Unidos están desapareciendo. Las trayectorias profesionales no son previsibles, dependen de proyectos de las personas y de acuerdos puntuales con sus empleadores. En esas condiciones lo esencial es contar con una buena formación de base que permita reprogramar la propia actividad en función de los intereses propios y de la demanda del mercado.

Hoy la fuente de la productividad se basa en la tecnología que genera conocimiento, en el procesamiento de la información y en la comunicación de símbolos, pero Occidente sigue orientado al crecimiento y aceleración económica (propio de la sociedad industrial), ¿cómo está evolucionando el modelo capitalista?

La información y la comunicación de símbolos son actividades económicas fundamentales en nuestra sociedad. La industria de la comunicación y el ocio son el doble, en el mundo, en términos de valor y empleo que las industrias del automóvil y de la electrónica juntas. El modelo capitalista se transforma mediante la globalización de la producción y mercados y la flexibilización del trabajo y la gestión basándose en tecnologías de comunicación en red. Ahora bien, el modelo capitalista desregulado y liberalizado de hace dos décadas está cambiando rápidamente hacia una mayor regulación e intervención del Estado en todos los ámbitos, porque hemos visto que los mercados no se regulan a si mismos, más aun cuando los ejecutivos se ocupan de sus ganancias sin pensar ni en la empresa, ni en sus trabajadores ni en la economía. Parece que la era de las gratificaciones de escándalo llega a su fin.

Ha afirmado que “en un mundo de flujos globales de salud, poder, e imágenes, la búsqueda de la identidad colectiva o individual, asignada o construida, se vuelve la fuente fundamental de sentido social”. ¿Puede explicarse un poco más?


No es tan difícil. Si las personas pierden el control de sus vidas que depende de flujos financieros globales, cuyo origen y destino ignoran, y de sistemas de comunicación de símbolos que priorizan la cultura global sobre la local, entonces se refugian en aquello que conocen y en que se reconocen: su casa, su familia, su lugar, su religión, su lengua, o sea, todo lo que los sociólogos llamamos identidades primarias históricamente construidas.

En medio de los cambios que están viviendo los medios de comunicación (precarización, cambios de formas de producción informativa, de formatos, nuevas “virtualidades reales”…) ¿Qué límites y potencialidades ve en los llamados medios 2.0?


No tienen límites: crecen exponencialmente y se han convertido en los canales fundamentales de sociabilidad y comunicación entre la gente, al menos en las generaciones jóvenes que son las que (eso sí es seguro) serán el futuro de la sociedad. La potencialidad está en que cada persona puede construir su red de redes de comunicación y en que cada colectivo puede escapar en gran medida el control ejercido por las empresas y los gobiernos sobre la comunicación procesada a través de los medios de comunicación. Se crea un blog cada segundo y se visionan 100 millones de vídeos al mes en YouTube. Ningún medio de comunicación es comparable.

* http://www.plataformasinc.es/index.php/esl

miércoles, 28 de octubre de 2009

krugman, el "post autista"

Alberto Montero Soler*

Ya en el año 2000 un grupo de estudiantes franceses de economía respaldados por algunos profesores lo habían advertido: la economía se aleja cada vez más de la realidad y está convirtiéndose en una rama de las matemáticas aplicadas. Iniciaron entonces un movimiento con un nombre muy expresivo, “Post-Autistics Economics” (o economía post-autista, en español), en clara alusión a la necesidad de superar lo que ellos consideraban que era el estado de autismo en el que había caído la economía, completamente ensimismada y alejada de los problemas sociales.

El movimiento saltó de Francia y se extendió por el mundo y, como en tantas otras cuestiones, correspondió a los estudiantes galos el honor de haber sido los primeros en denunciar el fiasco intelectual en el que se habían convertido los estudios de economía en aquel país y, por ende, en el resto del mundo.

En su manifiesto (que puede leerse en inglés pinchando aquí) criticaban cuatro grandes tendencias en la evolución reciente de los estudios de economía.

La primera, el tremendo distanciamiento existente entre la teoría económica que se explica en las aulas –que es, fundamentalmente, la teoría neoclásica- y la realidad social: los estudios de economía actuales han dejado de lado el análisis de los comportamientos sociales o el funcionamiento de las instituciones económicas más allá de la empresa. Se está enseñando, por tanto, una teoría económica sin referentes concretos y reales, en la que se sacrifica la utilidad social del conocimiento transmitido y aprehendido en aras de una presunta capacidad de análisis y aplicabilidad universal impropia de cualquier ciencia social que se precie.

La segunda, el uso incontrolado de las matemáticas. Se ha olvidado el carácter instrumental de éstas para convertirlas en un fin en sí mismas, recurriéndose a la formalización y a la construcción de modelos elegantes y de una impecable lógica interna, pero completamente ajenos a la realidad y de dudosa aplicabilidad en un mundo crecientemente complejo que necesita, precisamente, de análisis complejos y no de estilizaciones que antepongan la elegancia matemática a la capacidad explicativa.

La tercera, el dogmatismo en el que han incurrido los estudios de economía como consecuencia de la carencia de pluralismo en la presentación de los enfoques sobre lo económico. En las facultades de economía no se enseña a mirar la realidad desde distintos prismas, desde distintos enfoques económicos (no digamos ya desde distintas disciplinas), a pesar de haberlos, sino que se suele presentar un único enfoque al que se le atribuye capacidad explicativa omnímoda.

Y, por último, hacían un llamamiento a los profesores animándolos a despertarse antes de que fuera demasiado tarde y las aulas quedaran despobladas de alumnos cansados de la distancia que media entre la economía que les estaban enseñando y los problemas y debates del mundo real. Un llamamiento que terminaba con un grito de rabia: “¡No queremos que nos sigan imponiendo esta ciencia autista!”.

Pues bien, se ve que aquellos alumnos y todos los profesores que los apoyamos fuera y dentro de Francia no iban demasiado desencaminados y que sus demandas son ahora, en términos muy parecidos, retomadas hasta por premios Nobel de Economía.

En concreto, Paul Krugman escribió hace un par de meses un artículo en el New York Times Magazine en el que, textualmente, afirmaba que “Pocos economistas vieron venir la crisis actual, pero este error de predicción no es el problema principal del que adolece la disciplina. Mucho más importante es la ceguera de la profesión ante la posibilidad de que puedan presentarse fallos catastróficos en una economía de mercado. (…), la Economía se extravió porque los economistas, como grupo, confundieron la belleza, encarnada en unas matemáticas deslumbrantes, con la verdad. (…) los economistas volvieron a enamorarse de la vieja e idealizada visión de una economía en la que individuos racionales interactúan en mercados perfectos, visión ataviada esta vez con ecuaciones de fantasía. (…). Desafortunadamente, esta visión romántica y desinfectada de la economía condujo a la mayoría de los economistas a ignorar todas las cosas que pueden ir mal. Cerraron los ojos a las limitaciones de la racionalidad humana que tan a menudo conduce a burbujas y estallidos; a los problemas de las instituciones que pierden todo control; a las imperfecciones de los mercados –especialmente de los mercados financieros- que pueden causar que el sistema operativo de la economía se descomponga de forma repentina e impredecible; y a los peligros generados cuando los reguladores no creen en la regulación. (…). Cuando se trata del problema demasiado humano de las recesiones y depresiones, los economistas necesitan abandonar la pulcra pero errónea solución de asumir que todo el mundo es racional y que los mercados funcionan perfectamente”.

El artículo es mucho más largo y muy interesante (puede leerlo en inglés aquí o en la versión reducida publicada en la prensa española aquí) y pone sobre la mesa, con honestidad y valentía, los grandes problemas que tiene la disciplina. En ese sentido, es muy de agradecer.

Es más, el párrafo que he transcrito se ha convertido en una especie de manifiesto al que se han adscrito ya más de dos mil profesores de economía, entre ellos varios premios Nobel.

Y es que esta crisis ha puesto a la Teoría Económica frente a sus propias miserias; frente a su incapacidad para explicar la realidad que constituye su objeto de estudio; frente a su confianza en unos supuestos teóricos completamente erróneos pero sobre los que se elaboran teorías que son publicadas en revistas académicas que los avalan haciendo pervivir la estafa intelectual en la que vive la Economía.

Todos esos problemas ya los habían avanzado los estudiantes franceses hace casi una década. A ellos nadie les escuchó entonces; probablemente ni siquiera Krugman. Ha llegado esta crisis y muchos de quienes antes los ignoraron, cuando no menospreciaron, se encuentran como reyes que acabaran de descubrir que están desnudos. Su conocimiento se revela tan inútil para explicarnos ocurrido como lo fue para predecirlo y pasa a asimilarse más a la astrología o a la nigromancia que a las ciencias puras.

Si de esta crisis no se aprende nada; si en lugar de taparse las vergüenzas, derrumbar las torres de marfil y ponerse a tejer unas nuevas vestimentas esos economistas se dedican a parchear y remendar esperando que el mundo deje de ser como es para que acabe siendo como ellos quisiera que fuese seguiremos abocados, como disciplina, al desprestigio y nuestro conocimiento será tan útil a la sociedad como el de quien predice el futuro abriéndole las entrañas a una cabra: pura superstición.

* Alberto Montero Soler profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga

domingo, 18 de octubre de 2009

obama y sus generales

Alberto Piris

Las operaciones militares en tierras extranjeras pueden estar preñadas de riesgos políticos para el Gobierno que las promueve. La primera dictadura que gobernó España fue resultado directo de la guerra colonial librada en Marruecos. La derrota de las fuerzas expedicionarias en el llamado "desastre de Anual", en 1921, obligó a incoar un expediente para analizar las causas de tan catastrófico fracaso. Ante las graves implicaciones descubiertas, que alcanzaban al mismo Rey, el entonces capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, se alzó en 1923 contra el Gobierno y, con el apoyo del ejército y la aquiescencia de amplios sectores de la población, encabezó el golpe de Estado que le llevó al poder y en cuyas fuentes ideológicas bebieron muchos de los militares sublevados contra la República en 1936.

No se le va a pedir a Obama que conozca estos pormenores de la Historia de España, pero es seguro que no ignorará los problemas que al presidente Truman causó la arrogancia del popular general Douglas MacArthur, a quien hubo de relevar en el mando en 1951, durante la Guerra de Corea. Una carta del general, leída en el Congreso, donde expresaba sus puntos de vista sobre el desarrollo de la guerra, opuestos a los de la presidencia, fue la gota que hizo desbordar el vaso de la paciencia de Truman. La democracia americana no corrió peligro, pero el nerviosismo dominó Washington durante algún tiempo hasta que las aguas volvieron a su cauce.

También conocerá Obama los problemas que, al presidente Johnson primero y a Nixon después, les crearon los mandos militares que dirigían la guerra de Vietnam, que empantanó a EEUU en un conflicto sin salida razonable y en el que la ansiada "vietnamización" de la guerra fue un objetivo inalcanzable que acabó minando la moral de las tropas de EEUU y soliviantando a gran parte de su población, cansada de la guerra.

Obama tendrá que andarse ahora con pies de plomo en relación con la guerra en Afganistán. Entre el Congreso, la Presidencia, el Pentágono y los altos mandos militares se viene observando el cruce de algunos disparos que pudieran causar bajas, no precisamente colaterales. Por un lado, el comandante en jefe de EEUU en Afganistán, el general McChrystal, ha solicitado un aumento de 40.000 efectivos en las tropas destinadas a ese país y, a la vez, ha tildado de "miopes" las propuestas de reducirlas.

Además, un informe suyo saltó a la prensa hace un mes; en él afirmaba que, si la OTAN no vencía en los próximos 12 meses, sería imposible ganar esta guerra. Con esto dejó a Obama en una difícil posición, al coartar su capacidad de decisión, aunque el Pentágono salió pronto al quite: "En este asunto es indispensable que todos los que deliberamos sobre él, civiles y militares, asesoremos al presidente con sinceridad, pero en privado", declaró Gates. Y aunque el jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, el general Casey, hubo de aceptar sin rechistar esta recomendación del jefe del Pentágono, se sabe que muchos altos mandos militares apoyan a McChrystal.

Es a Obama a quien corresponde, naturalmente, la última palabra. La deliberación se anuncia ardua. No se trata sólo de decidir si se aumenta o disminuye el contingente militar desplegado en Afganistán, ni en qué fecha habría que prever el inicio de una retirada; se trata de definir cuál ha de ser la estrategia a seguir, pues esto determinará la naturaleza y el número de las unidades militares que hayan de ejecutarla.

Entre las variables más confusas a tener en cuenta se halla la nueva valoración del riesgo que suponen para EEUU, por separado, el terrorismo talibán y el de Al Qaeda, hasta ahora englobados en una sola amenaza unitaria. También se empieza a considerar por separado la actuación de ambos grupos en Afganistán y en Pakistán. Obama no desea apresurarse a tomar decisiones poco maduradas, para no caer en los errores cometidos por Bush.

Se piensa en algunos círculos de Washington, próximos a la Presidencia, que mientras Al Qaeda sí representa un peligro para EEUU, no se puede decir lo mismo de los talibanes, aunque en ciertas ocasiones ambos puedan actuar combinadamente. Influyen en esta nueva valoración los recientes informes sobre la debilidad de Al Qaeda y el hecho de que mientras ésta es ajena al país y a sus gentes, los talibanes están implantados entre el pueblo afgano. No todos coinciden en estas apreciaciones, y sobre la difícil y discutible valoración de la situación planea la inevitable confrontación política y los intereses, menos visibles, de los grupos de presión que actúan sobre la Presidencia y el Capitolio.

En tiempos de guerra y de respeto por los que mueren en acto de servicio, se suele observar una fuerte tendencia a la mitificación de los ejércitos y un extendido temor a criticar sus errores, para no ser tachado de antipatriota. Pero los generales se pueden equivocar tanto como los políticos que los dirigen. Unos y otros serán, a la larga, responsables conjuntos del resultado de sus acciones. Sólo nos queda desear que éstas permitan confirmar lo acertada que fue la concesión del Nobel de la Paz a quien tiene la exclusiva y no delegable responsabilidad de decidir sobre la paz y la guerra, asunto que ya no concierne a los generales sino sólo a Obama.

sueños y pesadillas

Robert Fisk

Su política para Medio Oriente está colapsando. Los israelíes se burlan de él ignorando por completo sus pedidos de detener la construcción de asentamientos en territorio palestino. A su enviado especial, George Mitchell, Tel Aviv le dice sin rodeos que un acuerdo de paz global llevará muchos años. Ahora él quiere que la dirigencia palestina se siente a negociar la paz sin ninguna clase de precondiciones. Por si fuera poco, hace algunos días presionó al presidente de la Autoridad palestina, Mahmud Abbas, para que se olvide del informe del relator de la ONU –el juez Goldstone– sobre los crímenes en Gaza al mismo tiempo que su secretario de Estado Adjunto descalificaba al informe por considerarlo imparcial.

Tras romper su promesa de campaña de llamar a las masacres de armenios en 1915 por parte de la Turquía otomana “genocidio”, ahora urge a los armenios a normalizar sus relaciones con Turquía, nuevamente sin precondiciones. Su Ejército aún enfrenta una insurgencia potente en Irak. No puede decidirse acerca de cómo encarar la guerra en Afganistán. Y la situación en Pakistán empeora con cada día que pasa.

Ahora el presidente Barack Obama acaba de ser distinguido con el Premio Nobel de la Paz. Tan sólo ocho meses después de asumir el cargo. Con razón afirmó sentirse “asombrado” cuando se enteró de la noticia. Debería haberse sentido humillado. Pero quizá la debilidad y la falta de resultados sean la nueva clave para ganar este Nobel. Al israelí Shimon Peres también se lo dieron y nunca ganó una elección en su país. Yasser Arafat también lo obtuvo. Y miren lo que le sucedió. Por primera vez en la historia, el comité noruego del Premio Nobel le otorgó el premio a un hombre que no logró absolutamente nada con la vana esperanza de que logre algo en un futuro. Así de mal están las cosas. Así de explosivo está el asunto en Medio Oriente.

Y encima Irán. Después de intentar congraciarse con Teherán la semana pasada en Ginebra, Obama redescubrió las garras del felino cuando, a fines de la semana, un comandante de la Guardia Revolucionaria volvió a advertir que Irán destruiría Israel si este país o Washington osaban atacarlos. Lo dudo. Si destruyen Israel, destruyen Palestina. Son más inteligentes, y su política en caso de apocalipsis es otra: si los israelíes los atacan, los iraníes se limitarán a atacar intereses estadounidenses: tropas y bases en Irak y Afganistán, bases norteamericanas en los países del Golfo y buques de guerra en el estrecho de Hormuz. No harían nada contra Israel, y, de ese modo, según Teherán, Washington conocería el precio por arrodillarse ante sus amos israelíes.

Pero por favor, nada de ataques el 10 de diciembre. Ese día Barack Obama irá a Oslo a recibir su premio por logros que todavía no alcanzó y por sueños que se convertirán en pesadillas.

sábado, 10 de octubre de 2009

desigualdades sociales en españa

Vicenç Navarro*

Según las cifras de Eurostat (la agencia de datos de la Unión Europea), publicadas en el último informe del Observatorio Social de España, OSE, (La Situación Social en España, volumen III), España es el país más desigual de la Unión Europea. Mírese como se mire, los datos hablan por sí mismos. El Coeficiente Gini (que mide el grado de desigualdad de un país) es el más alto de la UE y la distancia en el nivel de renta entre el 20% de la población de renta superior (que incluye la burguesía, la pequeña burguesía y las clases medias de renta alta) y el 20% de la población de renta inferior (la mayoría de clase trabajadora no cualificada) es la más elevada de la UE.

Las diferencias en la calidad de vida entre las clases sociales son también las más acentuadas de la UE. En indicadores que reflejan tal calidad, como son las cifras de mortalidad, las diferencias son enormes. Un burgués en España vive casi dos años más que un pequeño burgués, que vive casi dos años más que una persona de clase media de renta media alta, que vive dos años más que una persona de clase trabajadora cualificada, que vive dos años más que una persona de clase trabajadora no cualificada, que vive dos años más que una persona de clase trabajadora no cualificada con más de cinco años en el paro. La distancia en años de vida entre el último y el primero son diez años (repito, no diez días, o diez meses, sino diez años). El promedio de la UE son siete.

¿Por qué estas desigualdades? La causa mayor es el enorme poder económico, mediático y político que ha tenido históricamente y continúa teniendo el 20% de la población de la renta superior del país (que incluye, entre otros grupos sociales, a los creadores de opinión). Este grupo social (que en España se le llama clase alta) tiene una enorme influencia en el Estado español, causa de que sea el menos redistributivo de todos los estados de la UE. Según los mismos datos de Eurostat, las intervenciones del Estado español reducen la pobreza sólo 4 puntos, pasando de ser un 24% de la población (casi uno de cada cuatro españoles) antes de que intervenga el Estado a un 20% de la población (uno de cada cinco). En el promedio de la UE-15, el grupo de países de la UE de semejante nivel de desarrollo que España, la pobreza pasa de un 26% de la población a un 16%, una reducción de 10 puntos. Suecia (país donde históricamente las izquierdas han sido más fuertes) pasa de un 29% a un 12%, una reducción de 17 puntos. Esta reducción se da no sólo entre ricos y pobres sino entre todas las clases sociales.

Una causa importante de que el Estado español sea tan poco redistributivo se debe al escaso desarrollo de su Estado del bienestar, es decir, de las transferencias públicas (como las pensiones) y de los servicios públicos (como sanidad, educación, servicios del cuarto pilar del bienestar –como escuelas de infancia y servicios domiciliarios a las personas con dependencias–, servicios sociales, vivienda social, prevención de la exclusión social y otros), que tienen una gran importancia para explicar la calidad de vida de la ciudadanía y muy en particular de las clases populares, que son las que más utilizan tales transferencias y servicios. Ejemplo de la importancia de estas transferencias es que sin las pensiones, por ejemplo, el 62% de los ancianos en este país serían pobres.

Este subdesarrollo del Estado del bienestar se debe a su subfinanciación. El gasto público social por habitante es el más bajo de la UE-15. Y esta subfinanciación se debe a que los ingresos del Estado son reducidos, consecuencia de que la carga fiscal en España es la más baja de la UE-15, el 36% del PIB (el promedio de la UE-15 es el 46%; el de Suecia es el 55,5%). Decir que los impuestos son bajos, sin embargo, no es suficiente. Es cierto que la mayoría de impuestos en España son más bajos que en la UE. Pero en algunos tipos y para algunos grupos de la población los impuestos en España son mucho más bajos que en la UE-15. Y aquí no me refiero a los tipos (que a través de las exenciones se anula su efecto progresivo) sino a toda la carga fiscal, que es la más regresiva que existe en la UE-15. El 20% de la población de renta superior en España contribuye al fisco menos que sus homólogos en la UE-15 (parte de ello se debe al enorme fraude fiscal, entre otros, de la Banca, que tiene los beneficios más altos de la UE-15 y de los más altos del mundo, lo cual no se debe a su eficiencia sino a su enorme poder y excesiva influencia sobre el Estado). De ahí que, mientras lo que paga en impuestos un obrero en España no es mucho menos (en términos porcentuales) que lo que paga un obrero en la UE-15, lo que paga un burgués, sin embargo, es mucho más bajo que lo que paga su homólogo en el promedio de la UE-15.

Y ahí está el meollo de la cuestión. Las políticas fiscales en España son las más regresivas de la UE-15. Nuestro país es donde menos se respeta aquel principio –que fue la guía de las izquierdas– de que las políticas públicas debieran ir creando una sociedad en la que “a cada uno, según sus necesidades y de cada uno, según sus habilidades”. Indicar, como lo dijo recientemente Miguel Sebastián, que “los impuestos no están para redistribuir la riqueza, sino para obtener ingresos” (Público, 29-09-09),es no sólo abandonar unas intervenciones claves para redistribuir recursos, sino también renunciar al principio que debiera ser guía para un Gobierno socialdemócrata. Parecía que, por un momento, el presidente Rodríguez Zapatero, cuando habló de enfrentarse a los poderosos, así lo entendía. Por desgracia, las propuestas hechas no traducen este compromiso. Los “poderosos” no verán sus rentas afectadas seriamente y el Estado español continuará siendo el que en la UE menos redistribuya las riquezas del país, con lo cual un burgués continuará viviendo diez años más que un obrero.

* http://www.vnavarro.org/?p=3488

domingo, 4 de octubre de 2009

políticas económicas frente a la crisis: ¿basta con volver a Keynes o hay que cambiar el mundo?

Alberto Montero Soler*


La crisis económica en la que nos encontramos inmersos carece de precedentes en la historia del capitalismo contemporáneo.

De entrada, existen rasgos de carácter cuantitativo que marcan una diferencia sustantiva con otras crisis anteriores. Entre ellos podrían destacarse la virulencia con la que ha sacudido a la economía mundial y, especialmente, al selecto grupo de economías desarrolladas; la magnitud de las turbulencias que han hecho tambalearse a los mercados financieros internacionales provocando pérdidas de riqueza financiera de incalculable valor; el efecto encadenado que ha afectado a casi todos los mercados de productos financieros internacionales sin que se sepa aún cuando tocará fondo ni si dejará alguno de ellos sin afectar; o la rapidez con la que esas turbulencias se han trasladado hacia la economía real incidiendo de forma desproporcionada en el empleo y sin que se perciban perspectivas ciertas de recuperación de éste a corto y medio plazo.

Sin embargo, si hay algo que diferencia radicalmente esta crisis de las precedentes es que, más allá de encontrarnos ante una crisis coyuntural, nos hallamos ante una crisis de carácter estructural que marca el declive definitivo de la potencia que ha ejercido su hegemonía sobre el modelo de acumulación capitalista generado tras la Segunda Guerra Mundial: los Estados Unidos de América.

Pocas dudas pueden caber a estas alturas de que la hegemonía estadounidense ha entrado en declive y si no se asume el análisis y la comprensión de esta crisis en esos términos estaremos engañándonos acerca de los términos de su trascendencia y, lo que es más grave, acerca de las vías para superarla.

En este sentido, es útil recordar que la crisis estructural de los años setenta, cuando los Estados Unidos ya gozaban de una posición hegemónica en el mundo capitalista, se solventó a través de una huida hacia delante que estuvo caracterizada por la retirada de las bridas keynesianas que regulaban la economía desde el Estado y la dotaban de una elevada estabilidad.

Para ello se procedió a la progresiva liberalización de las relaciones económicas tanto a nivel nacional como internacional; a la retirada del Estado de los ámbitos productivos y redistributivos; y a la privatización masiva de empresas y servicios públicos. Y, al mismo tiempo, se crearon las condiciones para que el patrón de acumulación trasladara su centro de gravedad desde la producción de bienes y servicios al ámbito de las finanzas. En concreto, la ruptura del vínculo que mantenía unido al dólar, que era la divisa clave del sistema, con el oro, fue uno de los elementos centrales de la estrategia que permitiría a los Estados Unidos seguir manteniendo su hegemonía en esa nueva etapa del capitalismo financierizado por la vía de liberarlo de la restricción externa sobre sus finanzas internas.

Finalmente, el neoliberalismo de la década de los ochenta y noventa intensificó la preeminencia de lo financiero frente a lo productivo y dotó de soporte ideológico a los procesos de ingeniería social, económica y cultural que acabaron por homogeneizar un mundo en donde la búsqueda de alternativas se marginalizó y tachó de inviable.

La conclusión es que la salida de aquella crisis estructural, aunque prolongó la hegemonía estadounidense, también sentó las condiciones para la inestabilidad sistémica global. La resultante fue una nueva fase del capitalismo caracterizada por la recurrencia de crisis financieras que no sólo se trasladaban con celeridad a la esfera productiva sino que cada vez iban siendo más frecuentes y se iban aproximando peligrosamente al núcleo del sistema.

Esa aproximación se ha consumado con esta crisis, que por este motivo no puede caracterizarse tan sólo por su intensidad, sino sobre todo por el hecho de que ha golpeado por primera vez al músculo del sistema financiero, hasta entonces cuartel de invierno al que retornaban los capitales cuando se producían turbulencias en cualquier otra parte del mundo.

A partir de esta constatación, es fácil intuir que el tipo de lectura que se haga de esta crisis determinará decisivamente las posiciones frente a la misma, las posibilidades de intervención a corto y medio plazo y los escenarios previsibles a largo plazo.

Del dicho al hecho…

Así, resulta evidente que a los Estados Unidos y a la mayor parte de las economías occidentales les interesa atribuir a esta crisis una dimensión meramente coyuntural, destacando a lo sumo su magnitud, pero no que la misma pudiera estar alterando radicalmente las relaciones de poder en el mundo.

Por ello sus recetas para enfrentarla no plantean una salida que no sea, en el mejor de los casos, un retorno a posiciones de “neoliberalismo regulado” (si se me permite el oxímoron).

Son propuestas que parten de un acto de contrición por los errores cometidos y se acompañan de unas tímidas líneas de reforma del sistema, pero sin entrar a cuestionar, en ningún caso, algunos de los pilares básicos que lo han llevado hasta la situación de crisis actual.

Tal es así que, por ejemplo, las medidas de regulación del sistema financiero que se plantean no llegan a poner en tela de juicio la hipertrofia existente en lo que a mercados, agentes y productos financieros se refiere, a pesar de ser éste uno de los principales factores desencadenantes de la crisis.

Además, ignoran que este sector tiene una tendencia innata a recurrir a la innovación para huir de las regulaciones que debiera ser radicalmente cercenada si se aspira a una mínima estabilidad en ese ámbito.

Si esos dos aspectos no son enfrentados con voluntad transformadora, tratando de eliminar la dimensión especulativa de carácter autorreferencial en la que se desenvuelven ahora las finanzas y buscando la recuperación de su función básica en tanto que intermediarios entre ahorradores e inversores productivos, muy poco o casi nada se habrá logrado.

Esa misma impresión se tiene cuando se comprueba que también en el ámbito del comercio internacional la apuesta sigue siendo de carácter neoliberal: la profundización en el proceso liberalizador y la denuncia de las actitudes proteccionistas a pesar de que muchos de los mismos gobiernos participantes en el G-20, desde donde se denuncian las mismas, son los mismos que las han aplicado para salvar su sistema financiero o su cada vez más debilitado sector industrial. De esta forma, al tiempo que se imponen políticas proteccionistas de defensa de los mercados nacionales por parte de las economías más avanzadas del mundo, se trata de obligar al resto de países a seguir prácticas librecambistas. El objetivo último sería recuperar por la vía comercial lo que hundieron las finanzas internacionales.

Sin embargo, esa opción es profundamente cortoplacista e ignora la contribución que el desmantelamiento de las barreras comerciales ha tenido en el empobrecimiento de los países en vías de desarrollo gracias a su carácter funcional al proceso de drenaje de sus recursos hacia las economías desarrolladas.

Y, finalmente, también se anuncian los intentos de recuperación del hasta ahora denostado papel del Estado en las economías. El desmantelamiento de su papel en los procesos productivos como consecuencia de la privatización de todas o casi todas las empresa públicas; el debilitamiento de su capacidad reguladora por la vía de su renuncia explícita a la misma y la transferencia de esa función hacia los mercados de los que se esperaba que acabarían imponiendo un orden natural y eficiente; o la jibarización de los Estados de Bienestar y, con ello, la disminución de su capacidad redistribuidora son tendencias que, al menos ahora, son tímidamente puestas en entredicho.

Sin embargo, nuevamente prima la retórica sobre la realidad de lo hechos y las encendidas proclamas por retornar a posiciones pre-neoliberales, en donde el Estado tenía una participación crucial en las economías, van menguando en su intensidad conforme la crisis se apacigua en su dimensión financiera a pesar de la persistencia de su gravedad en sus dimensiones productiva y laboral.

Estos tres ejemplos constituyen una buena muestra de hasta qué punto las políticas frente a la crisis la están tratando como si ésta tuviera una dimensión meramente coyuntural en un marco de normalidad estructural que no es el actual.

Políticas para la coyuntura en tiempos de crisis de la estructura

Lo que entendemos que ocurre es, precisamente, que estamos perdiendo de vista que las distintas fases de cambio profundo por las que ha pasado el sistema capitalista –y que, además, se caracterizaban porque se producía simultáneamente un cambio en la potencia hegemónica que lo lideraba-, se han producido bajo la forma de crisis estructurales.

Pero, además, no debemos tampoco olvidar que esas crisis dieron lugar a cambios de paradigma en la teoría económica y, consiguientemente, en la política económica. Sólo cuando se percibía que el capitalismo había entrado una nueva fase y se reformulaba todo el marco cognitivo que permitía entenderlo y gestionarlo se podía comenzar a articular una política económica acorde a los nuevos tiempos.

Sin embargo, en estos momentos sigue sin percibirse que los tiempos han cambiado, que la geopolítica y la geoeconomía del capitalismo del siglo XXI es muy diferente a la de la segunda mitad del siglo XX y que ello requiere, en consecuencia, de una reformulación absoluta del marco teórico y de las propuestas de política económica al respecto.

La respuesta que se está dando es, por el contrario, el retorno al paradigma teórico que permitió la salida de la gran crisis del siglo XX, la de 1929. Se ha tratado así de resucitar forzadamente el keynesianismo -aunque en una dimensión conservadora que no duda en recurrir al gasto público para ayudar al sector financiero pero que pone en cuestión el uso de recursos para el mantenimiento de rentas de los desempleados o su reincorporación a la producción-, como si el mundo siguiera siendo el de los años cincuenta o sesenta del siglo pasado.

Se obvian, de esa manera, todos los cambios estructurales producidos en el capitalismo desde el último cuarto del siglo XX y las consecuencias que los mismos tienen sobre la viabilidad y efectividad de las políticas keynesianas, diseñadas para un mundo mucho menos volátil.

Es por ello que el retorno al keynesianismo como paradigma teórico desde el que se diseñan las políticas económicas para este período de crisis y para los tiempos que deban seguirla debería comenzar, precisamente, por hacer que las relaciones económicas nacionales y mundiales se acomoden a las existentes cuando Keynes y los keynesianos elaboraron su teoría, si es que tal cosa es posible.

Nada de ello se vislumbra en el horizonte. No es ya que no exista conciencia de que el capitalismo está llegando a sus límites y que es necesario buscar fórmulas alternativas de gestión de la vida social y económica en su conjunto. No es tampoco que el socialismo se haya casi borrado de la faz de la tierra acusado de inviabilidad o, en el mejor de los casos, de proyecto utópico al que es preciso renunciar en aras de un mayor realismo.

Se trata, más bien, de que la crisis se está tratando de superar con políticas anticuadas que buscan reanimar a un enfermo anciano y en fase terminal. En tanto que no seamos conscientes de esto, los tratamientos se sucederán sin éxito y el mundo se irá aproximando cada vez más a la barbarie. ¿Llegará entonces la hora del socialismo? ¿O será entonces demasiado tarde?

* Alberto Montero Soler es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga