Mientras tanto, no se pone coto a los excesos de la globalización neoliberal y las finanzas, que son en gran parte los responsables de la gran recesión. Se hace recaer los costes de la crisis en las víctimas de la misma, y sin embargo, el mundo de las finanzas sigue tan campante, proporcionando elevados salarios a sus ejecutivos, concediendo bonus, dando sumas elevadas de indemnizaciones por despido a sus directivos y proporcionado a estos unas jubilaciones de lujo.
Se premia a los que han conducido a la economía al borde del abismo, al tiempo que los directivos de estas entidades pregonan la flexibilidad del mercado laboral, la disminución de la indemnización por despido, la eliminación de la contratación colectiva y la rebaja de las pensiones. En suma, predican para los demás lo que ellos no están dispuestos a hacer ni para ellos mismos ni para el grupo selecto de directivos que les rodea. Las desigualdades económicas que provocan estas actuaciones no dejan de ser alarmantes y son un escándalo social. No es que se pueda acusar a todas las entidades financieras de ser responsables de esta crisis, pero sí a muchas de ellas y sobre todo a un sistema global de comportamiento. John Cassidy lo explica muy bien en su libro “Por qué quiebran los mercados”, (RBA, 2010).
Las teorías económicas que han sustentado el comportamiento económico que se ha dado desde los años ochenta del siglo XX siguen en pie, y reaparecen con fuerza para imponer sus criterios e incluso favorecer aún más si cabe al mercado frente a la política de regulación, de intervención y de cohesión social. Sus soluciones no pueden ser las nuestras, por eso resulta interesante leer a Susan George en “Sus crisis, nuestras soluciones” (Icaria, 2010). A su vez un antiguo dirigente estudiantil de mayo del 68, Daniel Cohn- Bendit, escribe un pequeño tratado de imaginación política, como él mismo subtitula, y cuyo título “¿Qué hacer? (RBA; 2010), nos recuerda a Lenin, aunque en este caso se trate de algo muy distinto, en su formulación y en sus proposiciones, fundamentalmente ecológicas.
Desde luego, hace falta imaginación en estos momentos y no repetir machaconamente las viejas recetas económicas de ajuste, en la que insisten los economistas convencionales que hablan con prepotencia y como sentando cátedra, dando la impresión de que tienen las recetas adecuadas para salir de la crisis, cuando no solamente no fueron capaces de predecirla, sino incluso de no acertar en su desarrollo y desenvolvimiento. En los últimos tiempos nos han bombardeado con ideas que han demostrado ser mitos falsos y que no han funcionado ni para asegurar la estabilidad económica ni un crecimiento económico equitativo, sino que nos han conducido al desastre actual. En Francia se publica “Manifeste d´économistes atterrés” (Les liens qui libèrent, 2010) en el que se exponen 10 falsas evidencias, 22 medidas para salir del impase. Este pequeño manifiesto, firmado por gran cantidad de economistas, pretende hacer progresar la idea según la cual la ciencia económica debe esclarecer la pluralidad de elecciones posibles.
En suma, se inicia un nuevo año pero no con una nueva economía, sino con la vieja, tanto en ideas como en hechos, que necesita profundas reparaciones, pero que no se hacen en la escala que sería necesario hacer. Hay proposiciones diferentes efectuadas desde posiciones progresistas, que sin embargo no tienen audiencia en los medios de decisión internacional ni nacionales. Los partidos socialistas se doblegan ante el paradigma dominante y los poderes de los mercados, y no se está sabiendo articular una nueva izquierda capaz de transmitir otra política económica, otra economía.
Y finalizo deseando feliz año nuevo, que eso sí, si nadie lo remedia será con ideas económicas viejas y respuestas obsoletas para los problemas nuevos. De esta forma será muy difícil que el año sea feliz, cuando hay tantos perdedores y la brecha de la desigualdad se ensancha todavía más.
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