domingo, 17 de febrero de 2013
hay alternativas, incluso dentro del euro
Juan Torres López*
La situación en la que se encuentra la economía española y la de otros
países de la Eurozona es dramática. Se mire por donde se mire,
permanecer en las condiciones en las que estamos no puede llevarnos sino
a un desastre de consecuencias imprevisibles.
No se trata de ser
catastrofistas sino de contemplar con realismo lo que está sucediendo y
de anticipar lo que es previsible que venga detrás, a la vista de lo que
ya ha ocurrido en otros países que pasaron por circunstancias parecidas
a las nuestras.
Permanecer sin más en el euro y aplicar las
políticas de austeridad va a destruir la actividad productiva y a poner
en las nubes la cifra de parados. Nos hundirá en la depresión durante
años y hará que se vaya acumulando un volumen de deuda insoportable que
imposibilitará cualquier tipo de cambio en el futuro inmediato. Seguir
como estamos, simplemente aguantar el chaparrón, es suicida y, a mi modo
de ver, la peor política posible.
La impresión generalizada es
que no hay alternativas a las imposiciones de Europa, que no queda más
remedio que obedecer lo que dice la señora Merkel y aplicar sin
rechistar lo que impone la Troika, la Comisión Europea, el Banco Central
Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
Es cierto que
nuestra pertenencia a la Unión Monetaria supone un corsé agobiante
teniendo en cuenta la forma tan inadecuada en que conformó en su día. Y
tan apretado que, a estas alturas, sería muy difícil salir de él sin
tener que soportar un trauma social extraordinario (de hecho, ni
siquiera está formalmente contemplado que un país abandone el euro) y
costes económicos muy grandes.
Pero, incluso en el marco de ese
estrecho corsé, hay posibilidades alternativas y caminos diferentes a
los que estamos siguiendo en España bajo el gobierno del Partido
Socialista primero y ahora del Partido Popular.
No me refiero
aquí a políticas concretas o sectoriales, de las que me ocupé junto a
Vicenç Navarro y Alberto Garzón en nuestro libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España
, sino a los grandes escenarios en las que podría ser posible afrontar
la parálisis económica en la que estamos como consecuencia, sobre todo,
del incremento de la deuda soberana y de la falta de demanda y
financiación que nos agobia.
En este sentido más general ta
mbién hay alternativas diversas, de diferente naturaleza y efectos, que
incluso son compatibles con la pertenencia al euro. Me he ocupado de
alguna de ellas en los últimos artículos que vengo escribiendo, que
pueden encontrarse en mi web ( http://www.juantorreslopez.com ), y ahora me voy a limitar a mencionar las cinco que señalaba Ellen Brown hace unos meses refiriéndose al caso griego ( G reece and the euro: fifty ways to leave your lover ) y que creo que son perfectamente extrapolables a nuestro país.
Una primera sería la emisión por parte del Banco de España de una
moneda complementaria al euro. Sería una moneda de curso legal
electrónica, cerrada, es decir, no convertible en otras divisas y
utilizada como paralela y complementaria del euro, solo en los
intercambios nacionales y que serviría para que se puedan realizar las
transacciones que ahora no se pueden llevar a cabo por insuficiencia de
euros.
Aunque su puesta en marcha presenta lógicas dificultades
técnicas y legales, que son comprensibles y evitables sin demasiados
problemas, tendría grandes ventajas porque permitiría reducir el déficit
comercial, bajar la necesidad de financiación y su coste, y propiciar
una rápida recuperación de la liquidez interna para dinamizar la
actividad empresarial y el consumo.
Otra segunda vía sería que
el propio Banco de España fuese el que emitiese euros para financiar sin
apenas coste al Estado y evitar así que éste tenga que pagar unos
intereses tan elevados como los que han provocado el gran incremento de
la deuda en los últimos años. Puede parecer una posibilidad estrambótica
pero lo cierto es que lo permite la normativa que regula el
funcionamiento del BCE y del Sistema Europeo de Bancos Centrales, y que
ya se ha utilizado en Irlanda. Si allí se permitió para salvar a los
bancos privados lo complicado sería justificar que no se haya permitido
para salvar a los países enteros.
La tercera es una vía que si
no ha sido utilizada ya es porque los gobiernos actúan o con una torpeza
gigantesca o con una enorme complicidad con los intereses privados más
poderosos. Como es sabido, el Banco Central Europeo tiene prohibido
financiar a los gobiernos y eso es lo que ha obligado a estos últimos a
endeudarse a altos tipos de interés en lugar de haberlo hecho sin apenas
coste (España ha debido pagar en concepto de intereses unos 350.000
millones de euros de 1995 a 2011). Pero el artículo 123.1 del Tratado de
Lisboa sí le permite financiar a las entidades de crédito públicas, de
modo que si se hubieran nacionalizado bancos o cajas de ahorros podrían
recurrir a la liquidez que proporciona el BCE sin apenas coste
(actualmente al 0,75%) y utilizarla, a diferencia de lo que están
haciendo los bancos privados que la reciben a manos llenas, para
proporcionar crédito a las empresas y consumidores.
El
argumento que se da para no adoptar estas dos vías anteriores es que
provocarían inflación. Pero eso no tiene fundamento. Si esa medida va
acompañada de un plan efectivo de recuperación económica no cabe temer
que produzca alza de precios y, en todo caso, no tiene por qué tener un
efecto inflacionista mayor que el que puede provocar el extraordinario
incremento de la base monetaria que se ha generado inyectando liquidez a
los bancos privados.
La cuarta vía que propone Ellen Brown la
hemos defendido también otros muchos economistas y organizaciones
sociales: un impuesto sobre las transacciones financieras. Algunos
cálculos, como el del investigador Simon Thorpe a partir de los datos
del Banco Central Europeo cifran el volumen total de transacciones
financieras en Europa entendidas en el más amplio sentido en 1.600
billones de euros ( Total Eurozone Transactions in 2011: € 1.6 quadrillion)
lo que da idea de la inmensa cantidad de recursos que se podría obtener
(además de otros efectos positivos de la medida) si se aplicase incluso
un impuesto moderado del 0,3 ó 0,5% .
Cualquiera de estas
medidas o su combinación permitiría abordar y solucionar los problemas
que padecemos con mayor eficacia y desde luego con mucha más justicia.
El mencionado Simon Thorpe pone el ejemplo de Grecia y señala que si
allí se crease una banca pública y esta recibiera prestado del Banco
Central Europeo al 1% el dinero suficiente para comprar la deuda griega,
podría amortizar ese préstamo en diez años solo con el rendimiento de
un modesto impuesto del 0,3% sobre las transacciones financieras. Es
decir, sin necesidad de recurrir a los dramáticos recortes y sacrificios
que se le están imponiendo a su población.
Finalmente, Ellen
Brown indica que los pueblos también tienen como alternativa, y como
derecho, el repudio de una deuda que es verdaderamente odiosa si se
tiene en cuenta que en gran parte es el resultado de manipulaciones en
los mercados o, simplemente, de no haber tomado medidas como las que
acabo de señalar y de las que ni siquiera nadie puede decir que sean
contrarias a lo establecido en las normas que regulan la unión
monetaria.
Es precisamente el hecho de que no se hayan tomado
para evitar fácilmente el sufrimiento de la población y la ruina de las
economías lo que demuestra que las políticas que se vienen imponiendo no
se aplican porque sean irremediables o no tengan alternativas sino
porque lo que se desea es favorecer con ellas a los grandes poderes
financieros y empresariales. Así lo demuestra el resultado distributivo
tan desigual que vienen produciendo. Y de ahí, justamente, el carácter
inmoral, odioso y repudiable de la deuda que generan.
Hay,
pues, alternativas, no diré abundantes pero sí suficientes, que si se
pusieran en marcha podrían evitar los daños que están causando las
políticas actuales de austeridad y recortes de derechos.
Nadie
afirma que los caminos alternativos sean de fácil factura o que su
implementación esté exenta de riesgos y dificultades pero lo cierto es
que están a nuestro alcance. Es mentira que no los haya y que solo se
pueda hacer lo que dictan los de arriba por boca de la señora Merkel. Se
podrían poner en marcha si hubiese voluntad política y eso demuestra
una vez más que los problemas económicos no tienen soluciones técnicas y
neutras sino políticas que tienen más bien que ver con el poder y con
la democracia realmente existente.