martes, 3 de julio de 2012
la nueva aristocracia financiera
Andre Damon*
Mientras gobiernos en todo el mundo cierran escuelas, despiden
trabajadores y recortan el apoyo a los pobres, ancianos y enfermos, la
oligarquía financiera que gobierna el mundo aumenta su riqueza y su
poder.
Los ingresos de los directores ejecutivos bancarios mejor
remunerados aumentaron un 12% el año pasado, según un análisis de los 15
mayores bancos globales realizados por el grupo de investigación
Equilar. Esos ejecutivos recibieron un promedio de 12,8 millones de
dólares per cápita, a pesar de la baja de los valores de las acciones y
de las ganancias de la mayoría de los bancos.
Jamie Dimon,
presidente y director ejecutivo de JPMorgan Chase, nuevamente lideró la
lista al recibir 23,1 millones de dólares, un aumento de 11% respecto a
2010. Bajo la dirección de Dimon, JPMorgan reveló pérdidas especulativas
de miles de millones de dólares.
Gobiernos de todo el globo han
rescatado a estos bancos con billones (millones de millones) de dólares.
Han subvencionado masivamente a esas gigantes instituciones financieras
en manos privadas, y están listos para volver a rescatarlos cuando sea
necesario.
El informe del pago a los banqueros se publicó pocos
días después de que el gobernador de Hawái anunció que el director
ejecutivo de Oracle, Larry Ellison, compró Lanai, la sexta isla
hawaiana por un importe de entre 500 y 600 millones de dólares. Los
3.000 residentes de la isla dependerán de la buena voluntad de Ellison
como los vasallos de la Edad Media dependían de su señor.
Ellison,
el tercer individuo más rico en EE.UU., es tristemente célebre por su
extravagancia y su mezquina avaricia. En 2008, obtuvo un reembolso
tributario de 3 millones de dólares de la ciudad de Woodside,
California, después que un tribunal dictaminara que su casa, una
reproducción del predio de un emperador japonés cuya construcción costó
200 millones de dólares, tenía un valor de solo 100 millones en el
mercado actual.
El tribunal declaró que nadie, con la excepción
de Ellison, podía permitirse vivir en la casa, lo que le daba “un
atractivo limitado en el mercado” y por ello redujo las contribuciones
de bienes raíces del ejecutivo de Oracle.
Los impuestos cuyo pago
eluden Ellison y los demás multimillonarios de California han
contribuido al déficit presupuestario de 15.000 millones de dólares que
ahora encaramos mediante recortes en programas sociales vitales que
protegen a millones de personas de la pobreza extrema.
El
gobernador de California Jerry Brown, demócrata, y la legislatura
estatal controlada por su partido llegaron a un acuerdo la semana pasada
sobre recortes de los gastos por un mínimo de 8.000 millones de
dólares. Las prestaciones sociales del Estado se reducirán a la mitad y
se recortarán 1.000 millones del programa Medicaid del Estado, 402
millones de los salarios de los trabajadores estatales y 240 millones de
dólares del programa de atención infantil.
Ellison, cuyo
patrimonio neto es de 36.500 millones de dólares, podría firmar un
cheque que cubriría el monto de esos recortes… multiplicado por cuatro. Y
hay otros 99 multimillonarios en el Estado.
Otro ejemplo de cómo utilizan los súper-ricos sus vastas fortunas se ha grabado en un documental que se exhibirá próximamente: La reina de Versalles.
La película muestra los esfuerzos del multimillonario fundador de
Westgate Resorts (alojamientos vacacionales de lujo) y su esposa,
exmodelo, para construir la casa más grande de EE.UU. Con 8.361 metros
cuadrados, la mansión en Orlando, Florida, incluye diez cocinas y una
bolera.
La suntuosa casa en Florida se llama Versalles en honor
al palacio de Luis XVI y María Antonieta. El hecho de que la Revolución
Francesa decapitase a la pareja real parece haber sido olvidado por los
constructores del nuevo Versalles.
Un detalle encantador revelado
en la cinta sobre el estilo de vida en el nuevo Versalles es que nunca
han educado a los perros de la familia porque siempre hay un pequeño
ejército de sirvientes a mano para limpiar sus residuos.
Aristocracia,
según su raíz griega, significa “gobierno de los mejores”. Sin embargo
la oligarquía financiera, cuyos intereses egoístas determinan las
políticas de los gobiernos del planeta, incluye a los segmentos más
ignorantes y depravados de la sociedad moderna. “La basura se separa
flotando hacia arriba”, dijo Marx sobre los especuladores y estafadores
de su época.
“La aristocracia financiera”, agregó, “en su modo de
adquisición así como en sus placeres, no es otra cosa que el
renacimiento del lumpen-proletariado en las alturas de la sociedad
burguesa”.
Las décadas que precedieron al crac Wall Street de
2008 presenciaron un dramático enriquecimiento de ese elemento social y
la remodelación de la política para ajustarla a sus necesidades. La
oligarquía financiera ejerce una influencia monopolista en la vida
política y los mecanismos policiales del Estado, reforzados desde 2001,
se han establecido en gran parte para proteger su riqueza.
El
propio gobierno de Obama es una expresión de este proceso. En 2008,
Barack Obama recibió más dinero de la industria financiera que cualquier
otro candidato de la historia de EE.UU. Y después de su elección,
procedió a llenar su gabinete de antiguos ejecutivos de Wall Street. Una
vez asumido el mando, Obama puso millones de millones de dólares a
disposición de los bancos y protegió a los responsables del crac de 2008
de una investigación criminal o procesamiento.
La concentración
de esta gran riqueza en manos de una aristocracia financiera se hace
directamente a costa del resto de la sociedad. Una de cada dos personas
en EE.UU. es pobre o casi pobre, y la riqueza de un grupo familiar
promedio cayó un 39% entre 2007 y 2010.
Millones de personas
tienen dificultades para que les alcance el dinero y el aumento de los
que viven en una pobreza extrema es impresionante. La proporción de la
población que vive en “pobreza extrema” ha aumentado un 50% desde 2000,
de 4,5% a 6,7%. La calificación de extremadamente pobre es cuando un
individuo percibe menos de 5.851 dólares y una familia de cuatro menos
de 11.509 dólares.
Como escribió Mark Twain: “Nunca hubo una
revolución a menos que hubiera algunas condiciones opresivas e
intolerables contra las cuales hacerla”.
Todos los años se
desperdician billones de dólares en yates, mansiones y clubes de campo
de los ricos y la microeconomía que crean a su alrededor. Vastos
recursos se dedican a la especulación financiera, canalizados al casino
de juego de Wall Street. Si esta riqueza recibiera un uso racional
contribuiría considerablemente a la erradicación del desempleo, la
pobreza y la enfermedad.
El fin de la anarquía y de la
explotación en el corazón del sistema capitalista, que encuentran una
expresión particularmente nociva en la concentración de obscenos niveles
de riqueza en la cima, permitiría que la humanidad movilizara y
desarrollara las fuerzas productivas, incluidas la ciencia y la
tecnología, para aumentar enormemente el nivel material y cultural de la
sociedad humana y eliminar la desigualdad.
Y no obstante el
grito universal de la política oficial es que “no hay dinero” para
financiar programas sociales o pagar salarios decentes, y los que
trabajadores, incluidos los más pobres y más vulnerables, deben
“apretarse el cinturón”.
Es el carácter de las clases gobernantes
en bancarrota histórica. El problema no es solo su riqueza personal,
sino, más fundamentalmente, su dominio de las fuerzas productivas de la
sociedad. Hay que arrancar las gigantescas corporaciones e instituciones
financieras de las manos privadas y dirigirlas democráticamente para
reconstruir la sociedad que los súper-ricos han devastado.
Fuera
de la revolución socialista no existe ningún camino para limitar el
poder político y económico de la nueva aristocracia que saquea la
sociedad para su enriquecimiento personal.