domingo, 2 de diciembre de 2012
¿por qué obama está silenciando la nueva guerra en el congo?
Shamus Cooke*
La
última guerra del Congo acabó en 2003 después de causar 5,4 millones de
muertos, el mayor desastre humanitario desde la Segunda Guerra Mundial.
El silencio internacional permitió aquella masacre al ignorar la guerra
y ocultar sus causas porque los gobiernos apoyaban a los grupos
involucrados en los combates. Ahora ha empezado otra guerra en el Congo y
el silencio, otra vez, es atronador.
Podría
parecer que el presidente Obama no se ha enterado de que ha estallado
otra guerra en el Congo, marcada todavía por la guerra anterior, y que
no ve el problema de los refugiados ni los crímenes de guerra cometidos
por la milicia M23 que invade el país y ataca al gobierno de la
República Democrática del Congo (RDC) elegido democráticamente.
Pero
las apariencias engañan. Las manos del gobierno estadounidense están
tan manchadas de sangre en este conflicto del Congo como lo estuvieron
en el anterior, bajo la presidencia de Bill Clinton. La inmovilidad del
presidente Obama es un aliento voluntario para los invasores de la misma
manera que lo fue la de Clinton. En vez de denunciar la invasión y el
intento de derrocar a un gobierno democrático elegido, Obama se
convierte en cómplice voluntario de los invasores guardando silencio, un
silencio muy expresivo.
¿Por
qué hace esto Obama? Los invasores están armados y financiados por
Ruanda, una «gran aliada», una marioneta de Estados Unidos. La ONU ha
publicado un informe que demuestra que el gobierno de Ruanda apoya a los
rebeldes, pero el gobierno y los medios de comunicación estadounidenses
pretenden que creamos que esa información es cuestionable.
La
última guerra del Congo causó 5,4 millones de muertos y también fue
consecuencia de la invasión de soldados ruandeses y ugandeses, como
explica el periodista francés Gérard Prunier en su excelente obra La guerre mondiale de l’Afrique.
De
hecho hay numerosos criminales de guerra ruandeses implicados en la
última guerra del Congo y perseguidos por la Corte Penal Internacional,
como Bosco Ntaganda, dirigente de la milicia M23. El presidente de
Ruanda, Paul Kagame, es un «gran amigo» de Estados Unidos y uno de los
criminales de guerra más notorios del mundo por el papel principal que
desempeñó en el genocidio ruandés y en la guerra del Congo que tuvo
lugar a continuación.
Un
grupo de militantes congoleños y ruandeses no deja de reclamar que se
juzgue a Kagame por su papel clave en el genocidio ruandés.
Como
explica Prunier en su libro, el genocidio ruandés fue desencadenado por
la invasión de Ruanda de Kagame –desde Uganda, aliada de Estados
Unidos- Cuando Kagame tomó el poder en Ruanda tras el genocidio, informó
a Estados Unidos –durante un viaje a Washington- de que iba a invadir
el Congo. En La guerre mondiale de l’Afrique Prunier cita a Kagame:
«He
mencionado (a Estados Unidos) el hecho de que si la comunidad
internacional no hace nada (contra el Congo), Ruanda actuará… Pero ellos
(el gobierno de Clinton) no han dado respuesta» (p. 68)
En
el lenguaje de la diplomacia internacional, el hecho de no responder a
la amenaza de una invasión militar constituye una luz verde diplomática
indiscutible.
Obama vuelve a dar la misma luz verde cegando a los mismos criminales de guerra mientras vuelven a invadir el Congo.
¿Pero por qué empezar otra guerra? El presidente de la RDC, Joseph Kabila, colaboró
en la invasión militar durante la última guerra congoleña. Como un buen
chucho entregó la inmensa riqueza mineral y petrolera del Congo a las
multinacionales. Pero enseguida empezó a tirar de su correa.
Se
distanció de las marionetas estadounidenses de Ruanda y Uganda, por no
hablar del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial controlados
por Estados Unidos. El FMI, por ejemplo, desaconsejó a Kabila que
firmara un acuerdo estratégico de desarrollo e infraestructuras con
China, pero Kabila no hizo caso. Según The Economist:
«…Parece
que (El Congo) ha ganado el combate que le enfrentaba a los donantes
extranjeros con respecto a un acuerdo de explotación minera y de
desarrollo de las infraestructuras, por valor de 9.000 millones de
dólares, que firmó el año pasado con China. El FMI, que se oponía con la
objeción de que el acuerdo impondría al Congo una nueva deuda masiva,
rechazó la anulación de la deuda de más de 10.000 millones de dólares
que ya tiene el Congo».
Esos
sucesos han convertido de pronto al dudoso amigo Kabila en enemigo.
China y Estados Unidos se precipitan ambos como locos sobre la inmensa
riqueza de materias primas de África y EE.UU. no tolera la nueva alianza
de Kabila con China.
Kabila
ha enojado todavía más a sus antiguos aliados con la exigencia de
renegociar contratos que garantizarían grandes beneficios a las
multinacionales que explotasen los metales preciosos del Congo, con el
fin de que el país se beneficie un poco de sus propias riquezas.
La
RDC posee el 80% del cobalto mundial, un mineral muy precioso que se
utiliza en la fabricación de aparatos tecnológicos modernos como armas,
teléfonos móviles y teléfonos fijos. La RDC probablemente es el país más
rico del mundo en recursos minerales –tiene de todo en abundancia,
desde diamantes hasta petróleo- pero su población es una de las más
pobres del mundo porque desde hace generaciones se saquean sus riquezas.
Y
ahora se perfila una nueva guerra y la ONU no se mueve. Ya hay 17.500
cascos azules en la RDC sin hablar de las fuerzas especiales
estadounidenses. La milicia M23 de los invasores cuenta con 3.000
combatientes. ¿Cuál fue la reacción de la ONU a la invasión? Según el New York Times:
«Los
oficiales de la ONU dicen que no tienen bastante personal para repeler a
los rebeldes y que temen daños colaterales, pero muchos congoleños han
dado su propio veredicto. El miércoles, los agitadores de Bunia, al
norte de Goma, saquearon las instalaciones del personal de las Naciones
Unidas».
Si
Obama y/o la ONU hubieran declarado oficialmente que defenderían
militarmente de la invasión al gobierno congoleño elegido
democráticamente, la milicia M23 no se habría movido.
La
Organización de los Derechos Humanos y otros grupos han acusado, con
razón, a los comandantes de M23 «de masacres étnicas, reclutamiento de
niños, violaciones masivas, asesinatos, secuestros y torturas».
Pero en la ONU el gobierno de Obama ha defendido activamente a la milicia. El New York Times añade:
«Algunos
grupos de defensa de los derechos humanos reprochan a Susan E. Rice, la
embajadora estadounidense en las Naciones Unidas y principal candidata
al puesto de secretaria de Estado del presidente Obama, que hasta ahora
ha sido demasiado blanda con Ruanda, aliada fiel de Estados Unidos, y
con su presidente, Paul Kagame, a quien conoce desde hace años. Los
militantes la han acusado de dulcificar una resolución del Consejo de
Seguridad que debía mencionar los vínculos del M23 con Ruanda y de
intentar bloquear la publicación de una parte de un informe de la ONU
que detallaba la forma en que Ruanda apoyaba en secreto al M23».
Es
probable que la administración de Obama abandone su inmovilidad en
cuanto sus aliados del M23 consigan derrocar al régimen y reabran el
acceso de las multinacionales estadounidenses a las riquezas congoleñas.
En este momento ya hay conversaciones en Uganda, un país a las órdenes
de Estados Unidos, entre el M23 y el gobierno congoleño. Es poco
probable que esas conversaciones den muchos resultados a menos que
Kabila dimita y esa dimisión permita al M23 y a sus patrocinadores
ruandeses tomar el poder en el país. El M23 sabe que está en una
posición favorable para negociar, con el silencio de la ONU y del
gobierno estadounidense.
Si
la guerra se eterniza, habrá que esperar más silencio internacional,
más masacres y limpiezas étnicas y que al pueblo congoleño, que todavía
no se ha recuperado de la guerra anterior, le arrojen a los campos de
refugiados donde volverá a ser masacrado por la milicia, violado,
hambreado y sometido a toda la barbarie que acompaña a esta guerra
particularmente brutal, una barbarie que se desencadena sin límites
protegida por el silencio.