miércoles, 11 de noviembre de 2009

¿hay soluciones para afganistán?

Alberto Piris*

El profesor Marc W. Herold, del departamento de Economía de la Universidad de New Hampshire (EEUU), no es un recién llegado al círculo de analistas internacionales preocupados por Afganistán y por la guerra que viene asolando este país durante más de ocho años. Su original y completo análisis geopolítico ( Afganistán como un espacio vacío - El perfecto estado colonial del siglo XXI, ed. Foca, Madrid 2007) es quizá, por ahora, el más completo manual de referencia sobre Afganistán disponible en lengua española.

El pasado 15 de octubre pronunció una conferencia en la Harvard Law School, con el título "Afganistán, resistiendo a la ocupación y al fundamentalismo", que hubiera sido de mucha utilidad para los ministros de Defensa de la OTAN reunidos en Bratislava la semana pasada. Éstos intentaron ponerse de acuerdo sobre la estrategia más conveniente que permita vislumbrar un final aceptable para esta guerra que amenaza con eternizarse. Y que amenaza, también, con poner en serias dificultades a los Gobiernos involucrados en ella a través de la OTAN, ante unas opiniones públicas cada vez más opuestas a la continuación del esfuerzo bélico, y a la misma Alianza Atlántica, que ha acabado por hacer del éxito militar de sus armas en Oriente Medio una cuestión de vida o muerte para su credibilidad y su discutible supervivencia como tal organización militar.

Inició su intervención exponiendo unos puntos básicos, que luego desarrolló, de entre los que merece la pena extractar lo siguiente:

"La guerra de EEUU en Afganistán no puede ganarse ni militarmente ni en términos de contrainsurgencia. Los bombardeos y la ocupación han reforzado a Al Qaeda, en vez de debilitarla, promoviendo su descentralización al menos en dos continentes (Asia y África). Gracias a EEUU, Al Qaeda es ahora un organización global".

"La Historia nos muestra claramente que el principal factor que obliga a EEUU a retirarse de un conflicto es el aumento de sus bajas militares, como ocurrió en Indochina (1965-75), en Líbano en 1983 -con el ataque terrorista que mató a 241 soldados en Beirut- o en Somalia en 1993, con el derribo de dos helicópteros estadounidenses".

La conclusión a la que llega es: "La única solución para EEUU es retirarse lo más rápidamente posible, como hizo la URSS en 1989, y dejar que los afganos encuentren una solución viable de compromiso, lo mismo que hicieron los vietnamitas en 1975". Opina que el planteamiento de Obama y del general McChrystal -refuerzo militar y "afganización" de la seguridad- conducirá a una guerra interminable; y que, por otra parte, el del vicepresidente Biden -utilizar masivamente aviones no tripulados para destruir a Al Qaeda en las zonas fronterizas con Pakistán- crearía en los más fanáticos islamistas pashtunes una sensación tal de impotencia y ansias de venganza que propiciaria nuevas acciones terroristas, al estilo de las de Bombay, Londres, Madrid y EEUU.

Herold rechaza la extendida opinión de que la retirada de las fuerzas aliadas convertiría a Afganistán en un refugio para Al Qaeda y que EEUU volvería a ser víctima de un ataque como el sufrido el 11-S. Aduce que esta organización no necesita refugios; la preparación para los atentados contra Washington y Nueva York se realizó en unas escuelas aeronáuticas de EEUU y en unos domicilios situados en ciudades alemanas. Más que una estructura jerarquizada de mando, Al Qaeda provee una brújula que orienta a sus terroristas, que no necesitan ocultarse en recónditas guaridas.

Tampoco cree Herold que a los talibanes se les pueda aplicar el "divide y vencerás", suponiendo que haya entre ellos quienes podrían ser captados por las fuerzas de ocupación: "Los talibanes quizá no sean un bloque monolítico, pero tienen el control político de sus fuerzas. Reforzar las de EEUU favorecerá el poder de los talibanes y su capacidad de reclutamiento".

Insiste en que los talibanes y Al Qaeda no son lo mismo; las preocupaciones de aquéllos son principalmente domésticas, mientras que Al Qaeda y otros grupos similares se consideran implicados en una yihad universal. Además, recuerda Herold, los talibanes "aprendieron a finales de 2001 la violencia que puede desencadenar el poder militar de EEUU, y no desean volver a acoger entre ellos a los activistas de Al Qaeda", opinión en la que coinciden los más reflexivos analistas occidentales.

Muy poco de lo hasta aquí expuesto forma parte del actual pensamiento estratégico de la OTAN, pero no le vendría mal prestar atención a lo que el profesor Herold sugiere. No basta con repetir, como se hace a menudo, que el problema de Afganistán ha llegado a un punto donde no hay solución viable: tan erróneo parece perseverar en la ocupación militar como concluirla lo antes posible. Pero, aunque así fuese, la peor opción sería adoptar una decisión basada en la exasperación y la irritación que produce el no encontrar soluciones razonables. A veces parece obligado sospechar que esto es precisamente lo que está ocurriendo.

* General de Artillería en la reserva y analista de política internacional del Centro de Educación e Investigación para la Paz

el punto de vista ruso

Alberto Piris*

Tanto las percepciones asumidas durante un pasado de prolongado enfrentamiento, como las realidades del momento actual, obstruyen el deseable camino de entendimiento entre los dos grandes polos de poder militar que coexisten hoy en el continente europeo: Rusia y la OTAN.

Por parte de la Alianza, son conocidas las tres propuestas básicas expuestas por su secretario general, Anders Rasmussen, el mismo día de su toma de posesión, para mejorar el entendimiento entre ambas partes. Pueden resumirse así:

- Un esfuerzo conjunto de la OTAN y Rusia para reforzar su cooperación práctica en aquellos asuntos en que ambas afrontan riesgos y amenazas comunes.

- Reactivar el Consejo OTAN-Rusia, para que pueda servir como foro de diálogo sobre el modo de mejorar la paz y la estabilidad europeas.

- Una revisión conjunta de los nuevos peligros que habrá que afrontar en el siglo XXI, a fin de establecer las bases para una sólida cooperación futura.

Todo esto fue bien acogido por la opinión pública europea, pero la realidad cotidiana apenas muestra ninguna repercusión práctica de tan positivas intenciones. Como ha sucedido a menudo en la Alianza Atlántica, la interacción de países con distintos intereses y las a menudo divergentes opiniones de los altos dirigentes políticos y militares crean una cierta confusión interna que puede paralizar algunos de sus mejores propósitos.

Parece imprescindible, sin embargo, recoger también el punto de vista ruso sobre esta cuestión, tal como lo ha expuesto recientemente Vladimir Kozin, analista del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, en un artículo publicado en el diario The Moscow Times. Según él, los principales obstáculos que dificultan la cooperación de Rusia con la OTAN son ocho:

1) El sentimiento antirruso de algunos miembros de la OTAN, que se concreta en las políticas abiertamente hostiles de seis países fronterizos con Rusia y las antiguas repúblicas ex soviéticas.

2) La constante tendencia de ampliación de la OTAN, que incluye a Ucrania y Georgia, como recordó Rasmussen en el acto antes aludido.

3) La tendencia de la OTAN a reforzar sus armas nucleares y convencionales, a pesar de que en ambos tipos de armamento supera a Rusia, agravada por el hecho de que los miembros de la OTAN no han ratificado el tratado de fuerzas convencionales en Europa, lo que Rusia sí ha hecho.

4) El aumento del número de bases militares de la OTAN próximas a la frontera rusa (nueve bases más tras la primera ampliación de la Alianza).

5) Los nuevos planes que han sustituido al abortado "escudo antimisiles" de Bush, para configurar lo que Obama ha denominado la nueva arquitectura europea de defensa antimisiles, desplegarán nuevos sistemas en todos los países de la OTAN, aumentando el número de armas próximas a la frontera rusa. La vaga oferta de Rasmussen de estudiar las posibilidades de vincular los sistemas de defensa de EEUU, la OTAN y Rusia deja en el aire asuntos vitales sobre la contribución de cada uno de ellos y sobre cómo se determinará quiénes serán los enemigos a afrontar.

6) La creciente actividad de las fuerzas aéreas y navales, a veces provistas de armamento nuclear, de varios países de la OTAN en las proximidades del territorio ruso, incluyendo los mares Báltico y Negro.

7) El hecho de que Rusia sigue siendo el principal enemigo potencial de la OTAN en lo relativo a su orientación estratégica y su doctrina militar.

8) El rechazo de la OTAN a la propuesta de Medvedev de establecer un nuevo pacto de seguridad europeo que incluya a Rusia en pie de igualdad con los restante socios.

Tras esta lista de agravios, que muchos políticos rusos comparten y otros discuten, el artículo citado revela, en sus líneas finales, una constante que viene determinando la política rusa desde el tiempo de los zares, cuando aconseja a la OTAN que "tenga en cuenta que Rusia nunca consentirá ser relegada a los márgenes del mundo civilizado, en sentido político, económico o militar".

El lector estará de acuerdo en que para alcanzar un arreglo satisfactorio es necesario conocer las opiniones de las partes enfrentadas, como se hace en este comentario. Pero es probable que no haya advertido en esta cuestión una grave anomalía de fondo que todo lo perturba. Tan acostumbrados estamos ya a la situación actual, que no nos choca que, para alcanzar un entendimiento sobre cuestiones relativas a la seguridad y la defensa en nuestro continente, la Unión Europea tenga que hablar a través de la OTAN -una alianza donde el indiscutible socio hegemónico no es europeo- y no tenga voz para entenderse directamente con Rusia.

La Europa que en breve se transformará con el Tratado de Lisboa no sólo adolece de un serio déficit democrático, sino que también está lastrada desde sus más remotos orígenes por haber dejado un aspecto tan importante como el de su seguridad militar en manos de una organización militar que nació y creció durante la Guerra Fría, para oponerse a la extinta URSS. La Rusia de hoy poco tiene que ver con la URSS del pasado, pero a la burocracia de la OTAN le costará olvidar la época en que las cosas estaban muy claras y el temible enemigo a batir era ostensible para todos.

* General de Artillería en la reserva y analista de política internacional del Centro de Educación e Investigación para la Paz

domingo, 8 de noviembre de 2009

poder de clase en españa

Vicenç Navarro*

Dos hechos ocurridos estos días (hechos que pasaron desapercibidos en los medios de información de mayor difusión del país) muestran lo retrasada que está España en su sensibilidad laboral y social. O dicho de otra manera, estos hechos documentan lo enormemente poderoso que es el mundo empresarial en nuestro país. Veamos.

El primer hecho es la decisión del National Board of Industrial Injuries (el equivalente a nuestro Instituto Nacional de Seguridad Social) de Dinamarca, el cual ha decidido dar indemnizaciones a las mujeres con cáncer de mama, que lo hayan tenido como consecuencia de trabajar durante muchos años en turnos de noche, una condición laboral que se considera de alto riesgo para desarrollar tal enfermedad. El cáncer de mama es la causa de muerte más frecuente entre mujeres de 40 a 55 años, y representa el 45% de todos los cánceres que sufren las mujeres. En Dinamarca, una mujer con cáncer de mama, y que haya trabajado durante un largo periodo de su vida laboral en turnos de noche, y no tenga otros factores de riesgo que puedan haberle causado el cáncer, recibe automáticamente tal indemnización.

No así en España, donde tal causa de cáncer no es ni siquiera reconocida. Es más, aunque lo estuviera, el proceso que decide sobre indemnizaciones a los trabajadores que han enfermado por causas laborales es extremadamente favorable al mundo empresarial, el cual controla las Mutuas Laborales, las cuales usan todo tipo de intervenciones legales, habidas y por haber, exigiendo pruebas imposibles de proveer, para negar las indemnizaciones a los pacientes o a sus familiares. Cualquier médico que haya aportado evidencia a favor de sus pacientes en los tribunales sabe lo costoso, difícil, extenuante e injusto que es el sistema legal español, sesgado en contra del trabajador (que contrajo la enfermedad laboral) y a favor del mundo empresarial.

Prueba de lo que digo es el segundo caso al cual quiero hacer referencia. Mientras el Instituto Nacional de Seguridad Social de Dinamarca daba automáticamente la indemnización a 38 trabajadoras con cáncer de mama, que habían trabajado en turnos nocturnos más de veinte años, sin que tuvieran otros factores de riesgo, un Juzgado de lo Social (que decide en casos laborales) en Huesca, fallaba en contra de un trabajador que había contraído cáncer de páncreas como resultado de haber estado trabajando veinte años con compuestos químicos organoclonados, que se conoce causan este tipo de cáncer. Varios expertos declararon que las causas más importantes de este tipo de cáncer son el tabaco, la diabetes y la exposición a tales sustancias químicas. El paciente, el obrero Fernando Martínez (que falleció este junio), no fumaba, no tenía diabetes, ni ninguna otra condición que pudiera haberle causado tal tipo de cáncer. La causa era haber estado expuesto a estas sustancias químicas sin ninguna protección (que la empresa no proveyó). Ello no le fue suficiente a la juez titular del Juzgado Social de Huesca, que negó que la Mutua Laboral debiera proveer indemnización al Sr. Martínez pues, aunque estuviera expuesto a una sustancia que podía haberle causado tal cáncer, no había evidencia de causa directa y exclusiva, siendo razonable –dijo la juez- que una persona, en ausencia de una relación de causa-efecto, pudiera tener dudas sobre el caso. Es más, en España no se reconocía el cáncer de páncreas como posible enfermedad laboral. Y así terminó el caso.

Varias conclusiones se derivan de estos hechos (narrados por Berta Chulvi, Neus Moreno y Benito Carrera en la Revista de Salud Laboral de CCOO, uno de los forums más creíbles en cuanto a condiciones laborales en España). Una, es el enorme poder de la patronal en España y el sesgo sistemático y sistémico de los tribunales, llamados de justicia, a favor de la patronal. Es una situación que debiera indignar a cualquier persona con sensibilidad democrática. La transición inmodélica que tuvimos en España significó un cambio de una dictadura (enormemente favorable a la clase empresarial) a un sistema democrático sumamente insuficiente, en que tal poder de clase se muestra en la gran desprotección de la clase trabajadora, desprotección que se reproduce en los tribunales.

La segunda conclusión es que este excesivo poder de la clase empresarial interfiere en la eficiencia de la economía española. Dinamarca, como los otros países nórdicos de tradición socialdemócrata (en este momento Dinamarca está gobernada por una coalición de partidos conservadores y liberales que han respetado las conquistas sociales adquiridas durante muchos años de gobierno socialdemócrata), es uno de los países que ofrece mayor protección y seguridad al trabajador, siendo, a la vez, uno de los países con mayor eficiencia económica. Incluso Davos (el Vaticano liberal) así lo reconoce. Tales países están entre los que tienen mayor eficiencia económica, y mayor flexibilidad laboral. La famosa flexiseguridad se inventó en Dinamarca. En aquel sistema, el trabajador y los sindicatos que les representan colaboran en flexibilizar el mercado de trabajo. Y lo hacen porque tal flexibilidad no afecta a su seguridad y protección social. El gasto público social (30% del PIB) y la legislación laboral protegen al trabajador. Aquí en España (el gasto en protección social es el 19% del PIB), el excesivo poder empresarial, mal acostumbrado al régimen dictatorial, quiere imponer la flexibilidad a base de desregular y empobrecer el mercado de trabajo, haciéndole incluso difícil al trabajador el recibir compensación por un daño que, en la mayoría de casos, se debe a la negligencia empresarial. El contraste entre los dos casos que cito en este artículo es abrumador y ofende a cualquier persona que haya luchado por tener un país más justo y democrático del que tenemos.

Y una tercera consecuencia es la escasa visibilidad mediática que tienen estos temas laborales, reflejo de un excesivo poder empresarial. Los medios de mayor difusión en el país ignoran estas realidades que alcanzan niveles de crueldad.

* http://www.vnavarro.org