miércoles, 29 de diciembre de 2010

hacia un nuevo decenio

Alberto Piris

No es fácil hacer el recuento de los factores que más han influido en el curso del año que ahora concluye ni determinar cuáles de entre ellos han tenido mayor impacto en nuestra sociedad o presentan una mayor incertidumbre ante el año que va a comenzar. Hago a continuación una síntesis apretada para un apunte de fin de año.

La última bomba que ha estallado en el terreno internacional, cuyos plenos efectos apenas han empezado a sentirse todavía, no lo ha hecho en las ahora discutidas aguas coreanas o en las ensangrentadas poblaciones del Oriente Medio. Ha explosionado en el vasto e impreciso territorio del mundo "web" con la revelación de los documentos diplomáticos filtrados por WikiLeaks a un limitado número de diarios de amplia difusión, desde los cuales el eco ha alcanzado los rincones más lejanos del mundo. Lo ha hecho tras otras conmociones anteriores, causadas por las filtraciones sobre actividades militares en Iraq y Afganistán, que dejaron en entredicho la retórica con la que se ha venido intentando adornar la invasión y ocupación de ambos países.

Casi todos los analistas de esta última andanada, dosificada poco a poco por los cinco diarios que han recibido el privilegio de tan exclusiva primicia, coinciden en señalar que los verdaderos agentes protagonistas de las relaciones internacionales muestran un enorme desdén por los procedimientos establecidos, las limitaciones legales y los usos habituales. Si en sus declaraciones públicas suelen insistir en el respeto que sienten por todo esto, en el forcejeo diario entre bastidores se percibe que lo consideran como una molesta traba que conviene soslayar. Se advierte así, a los ojos de todo el que quiera enterarse, la endeble cultura democrática sobre la que se sustentan las relaciones internacionales de los países que más alardean de democracia e incluso pretenden exportarla a cañonazos.

Consecuencia de lo anterior es la necesidad de mentir y engañar a los pueblos. Aunque esto ya quedó bien de manifiesto en los prolegómenos de la invasión de Iraq, las pruebas inculpatorias aireadas ahora por WikiLeaks son demoledoras. Consecuencia de ello es el descrédito de la actividad política en general y el peligro que esto representa para la subsistencia de un mínimo y creíble nivel de democracia que frene las constantes tentaciones de los autoritarismos de cualquier signo.

Si lo anterior ya dibuja un cuadro deprimente, más lo es la evolución de la actual crisis económica, con el sometimiento de la política a los misteriosos e indefinidos mercados y la sensación de impotencia de gobernantes y gobernados frente a las esotéricas fórmulas y exigencias propuestas por quienes, al fin y al cabo, no son sino la elite y la cúspide del feroz capitalismo financiero: los especuladores aferrados a la obtención de los máximos beneficios en el más corto plazo.

Ha sido un poeta granadino -Luis García Montero-, y no un economista, quien ha atinado describiendo la situación con estas palabras: "El capitalismo ha puesto en marcha una verdadera revolución de los ricos contra los pobres, de los mercados contra la soberanía cívica. No tomar conciencia de lo que está en juego significa renunciar para siempre al Estado, a la política y a la democracia". Grave diagnóstico que suscribo en su totalidad.

Y como ya es habitual en los últimos años, el terrorismo sigue estando en los primeros planos de la actualidad. En sus diversas facetas y alentado por odios y fanatismos de frecuente base religiosa, llena los espacios de los medios de comunicación, alienta los temores de la gente y somete por miedo la voluntad de las personas a los arbitrarios dictados de los tecnócratas de la seguridad. Sin embargo, sus efectos, el número de sus víctimas y el peligro que representa el terrorismo para la humanidad palidecen ante el efecto brutal, instantáneo, demoledor y universal de la especulación financiera, capaz de hundir a vastos sectores de la humanidad en el paro, la miseria y la desesperación.

En este océano de ambiciones y codicia que parece abarcarlo todo, brillan sin embargo algunos faros aislados de esperanza, como ese reducido pero selecto número de personas capaces de dedicar sus esfuerzos e incluso arriesgar su vida por los demás, por los más necesitados, por los desposeídos, por esos que, desde las alturas del poder, no son otra cosa que simples perdedores: unos cuantos miles de millones de seres humanos. También brilla la esperanza en esas organizaciones verdaderamente solidarias que, mirando más allá de lo que hoy se observa, aspiran a imaginar y elaborar unas nuevas formas de hacer política, de gestionar los bienes y recursos de la humanidad y de avanzar poco a poco por el camino de convertir en realidad esa utópica trilogía de libertad, igualdad y fraternidad, tan enaltecida con las palabras como menospreciada en las obras. Al comenzar el segundo decenio de este siglo XXI no todo está perdido, pero cada vez brillan con más debilidad esos aislados faros de la esperanza.

domingo, 26 de diciembre de 2010

año nuevo, economía vieja

Carlos Berzosa Alonso-Martínez*

Dejamos el año 2010 y entramos en el nuevo con la crisis económica a cuestas. Han pasado más de tres años desde que se inició y no parece que las cosas vayan a cambiar de un modo significativo, sobre todo para los desempleados. Se dijo por parte de muchos economistas que la crisis tendría una forma de V de manera que tras la caída vendría una fuerte recuperación. Se mantuvo que 2009 sería un mal año y que luego empezaríamos a ver las cosas mejor en 2010. Pero acaba este año y no se observa un panorama despejado.

La crisis económica ha supuesto el fracaso de la economía de mercado. De ahí se deduce una cosa clara y es que los fundamentos económicos tendrían que cambiar para encontrar una senda de desarrollo diferente a la que hemos vivido en los últimos años. Una crisis supone que muchas personas son arrastradas al paro y a la incertidumbre, se generan muchos damnificados, pero también es una ocasión para cambiar y remediar los males que nos han conducido a la situación actual. Sin embargo nada de esto último se está haciendo y se vuelve una vez más a las andadas del fundamentalismo de mercado. Se llevan a cabo políticas de ajuste sin mecanismos compensatorios que permitan un ajuste con rostro humano, tal como enunció las Naciones Unidas a finales de los años ochenta del siglo pasado.

Mientras tanto, no se pone coto a los excesos de la globalización neoliberal y las finanzas, que son en gran parte los responsables de la gran recesión. Se hace recaer los costes de la crisis en las víctimas de la misma, y sin embargo, el mundo de las finanzas sigue tan campante, proporcionando elevados salarios a sus ejecutivos, concediendo bonus, dando sumas elevadas de indemnizaciones por despido a sus directivos y proporcionado a estos unas jubilaciones de lujo.

Se premia a los que han conducido a la economía al borde del abismo, al tiempo que los directivos de estas entidades pregonan la flexibilidad del mercado laboral, la disminución de la indemnización por despido, la eliminación de la contratación colectiva y la rebaja de las pensiones. En suma, predican para los demás lo que ellos no están dispuestos a hacer ni para ellos mismos ni para el grupo selecto de directivos que les rodea. Las desigualdades económicas que provocan estas actuaciones no dejan de ser alarmantes y son un escándalo social. No es que se pueda acusar a todas las entidades financieras de ser responsables de esta crisis, pero sí a muchas de ellas y sobre todo a un sistema global de comportamiento. John Cassidy lo explica muy bien en su libro “Por qué quiebran los mercados”, (RBA, 2010).

Las teorías económicas que han sustentado el comportamiento económico que se ha dado desde los años ochenta del siglo XX siguen en pie, y reaparecen con fuerza para imponer sus criterios e incluso favorecer aún más si cabe al mercado frente a la política de regulación, de intervención y de cohesión social. Sus soluciones no pueden ser las nuestras, por eso resulta interesante leer a Susan George en “Sus crisis, nuestras soluciones” (Icaria, 2010). A su vez un antiguo dirigente estudiantil de mayo del 68, Daniel Cohn- Bendit, escribe un pequeño tratado de imaginación política, como él mismo subtitula, y cuyo título “¿Qué hacer? (RBA; 2010), nos recuerda a Lenin, aunque en este caso se trate de algo muy distinto, en su formulación y en sus proposiciones, fundamentalmente ecológicas.

Desde luego, hace falta imaginación en estos momentos y no repetir machaconamente las viejas recetas económicas de ajuste, en la que insisten los economistas convencionales que hablan con prepotencia y como sentando cátedra, dando la impresión de que tienen las recetas adecuadas para salir de la crisis, cuando no solamente no fueron capaces de predecirla, sino incluso de no acertar en su desarrollo y desenvolvimiento. En los últimos tiempos nos han bombardeado con ideas que han demostrado ser mitos falsos y que no han funcionado ni para asegurar la estabilidad económica ni un crecimiento económico equitativo, sino que nos han conducido al desastre actual. En Francia se publica “Manifeste d´économistes atterrés” (Les liens qui libèrent, 2010) en el que se exponen 10 falsas evidencias, 22 medidas para salir del impase. Este pequeño manifiesto, firmado por gran cantidad de economistas, pretende hacer progresar la idea según la cual la ciencia económica debe esclarecer la pluralidad de elecciones posibles.

En suma, se inicia un nuevo año pero no con una nueva economía, sino con la vieja, tanto en ideas como en hechos, que necesita profundas reparaciones, pero que no se hacen en la escala que sería necesario hacer. Hay proposiciones diferentes efectuadas desde posiciones progresistas, que sin embargo no tienen audiencia en los medios de decisión internacional ni nacionales. Los partidos socialistas se doblegan ante el paradigma dominante y los poderes de los mercados, y no se está sabiendo articular una nueva izquierda capaz de transmitir otra política económica, otra economía.

Y finalizo deseando feliz año nuevo, que eso sí, si nadie lo remedia será con ideas económicas viejas y respuestas obsoletas para los problemas nuevos. De esta forma será muy difícil que el año sea feliz, cuando hay tantos perdedores y la brecha de la desigualdad se ensancha todavía más.


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