domingo, 22 de abril de 2012

fragilidad, inconsciencia, belicismo

Rafael Poch*
La confusa destitución de un alto dirigente en la China profunda, los nuevos sobresaltos de la eurocrisis y el poema de un escritor alemán, son las últimas piezas de un rompecabezas: incertidumbre, crisis y belicismo. Piezas que no encajan del todo, de ahí la confusión, pero que sabemos interrelacionadas. El aparente vigor alemán en la crisis depende de China. Los dirigentes chinos están nerviosos porque sienten temblar el suelo bajo sus pies. En Siria asoma lo que podría ser el principio de un “big bang” bélico. El escritor Günter Grass que en Alemania advierte del peligro de una gran guerra, es abucheado con argumentos cuya necedad es multiplicada por la disciplinada unanimidad con que se formulan.
China 
¿Qué ha pasado en Chongqing, ciudad pobre y currante, con 30 millones de habitantes en su municipio, el más poblado del mundo? Su líder que mantenía una nueva línea “social”, invocando una escenografía maoísta, niveladora y anticorrupción, ha sido fulminado ¿Era Bo Xilai, hijo de un padre fundador de la Revolución China, ex guardia rojo, ex ministro de comercio y niño bonito de las multinacionales, antes de acceder a la jefatura del partido en Chongqing, una especie de Boris Yeltsin a la china?
Recordemos que Yeltsin arrancó como “luchador contra los privilegios de la nomenklatura”, reclamándose de la pureza leninista. Se apoyó en la calle, no fue fulminado a tiempo y acabó conquistando el poder y disolviendo el Estado. China no es Rusia y además los dirigentes chinos tienen muy en la mente lo que pasó en la URSS. Pero es un hecho que, en vísperas del XVIII Congreso del próximo otoño en el que el partido chino pasará el testigo a una nueva generación, los dirigentes se han mostrado muy nerviosos ante Bo Xilai. Han vinculado a su mujer, Gu Kailai, con la oscura muerte de un empresario británico y lo han destituido entre advertencias contra una nueva “Revolución Cultural” ¿Qué pasa en China?
Ocurre que los dirigentes sienten que caminan sobre cáscaras de huevo. Aquello que permitió el prodigioso ascenso del país, la integración en la economía global, es visto como posible causa de su hundimiento. Saben que si se hunde la economía global de la que tanto dependen, deberán quitarse la corbata y ponerse el uniforme. En Pekín esa percepción data de varios años, de bastante antes de que la quiebra de Lehman Brothers institucionalizara en 2008 la “crisis financiera”.
Los cambios de línea de China son sonados. Sucedió con el Gran Salto Adelante y con la Revolución Cultural, inesperados, incomprensibles. Lo mismo con la reforma de mercado que sucedió a Mao. Ahora la discusión no es si China va a dar un nuevo bandazo, ya está en ello, sino con qué profundidad lo hará.
Desde hace una década el sector público de su burocracia, empresas estatales, el partido, el ejército, la policía y los sindicatos, está ganando peso a expensas del sector privado que, pese a las apariencias nunca dejó de ser criatura del Estado. La reflexión de fondo parece ser la de que si se hunde el sector exportador y el belicismo asoma como solución global a una crisis general del capitalismo, habrá que tener bien amarrado el poder para no perder el control de la situación. Bien amarrado para afirmar un desarrollo más endógeno –más basado en el consumo interno- para ocupar a la ingente población e impedir su revuelta, al tiempo que se organiza la suficiente disuasión militar para evitar el cinturón de hierro que Estados Unidos lleva años estableciendo con bases, alianzas y despliegue de nuevas armas alrededor de China.
Impedir que la mayor clase obrera del mundo se rebele al quedarse sin trabajo, por hundimiento del sector exportador y explosión de la burbuja inmobiliaria, por citar dos escenarios extremos, obliga a la burocracia a sintonizar con el movimiento telúrico de las fuerzas sociales. Ese giro precisaría un nuevo discurso, actuar contra la desigualdad, la mafia y la corrupción rampante de los últimos veinte años, desempolvar parte del ideario maoísta evitando caer en su componente más inhumano y autodestructivo del que China guarda una viva memoria. Precisamente algo así apuntaba Bo Xilai en Chongqing. Entonces, ¿por qué lo han echado?
Seguramente por miedo a los excesivos estrellatos que pueden degenerar en caudillismos imprevisibles. No hay que destapar la botella que contiene el genio yeltsinista. Hay que conjurar la aparición de líderes carismáticos capaces de apelar a la calle contra el régimen. De ahí la reveladora advertencia del primer ministro Wen Jiabao sobre la Revolución Cultural pronunciada la víspera de la defenestración de Bo Xilai.
El giro que viene hay que hacerlo de forma ordenada, intentando que el cambio sea lo más armónico posible, en primer lugar para la propia burocracia, para los equilibrios entre sus diversos grupos e intereses. Sin revolución. Bo Xilai podría haber sido visto como un peligroso exceso en ese contexto, no por el contenido sino por la forma, no por lo que hacía sino por cómo lo hacía…
Naturalmente, esto es sólo una hipótesis de lectura de un episodio, el de Chongqing, aun demasiado confuso, pero el dato del nerviosismo de unos dirigentes que sienten un suelo frágil bajo sus pies, es claro como la luz del día: China tiene muchas cartas invertidas en ese incierto casino mundial, está más expuesta a un gran hundimiento que nadie, y tiembla.
Europa 
La angustia de Pekín contrasta con la necedad cortoplacista de Berlín. Los alemanes se desayunan cada mañana con noticias optimistas sobre el “milagro alemán”, particularmente real comparado con la miseria de sus vecinos del sur de Europa. Un día es el crecimiento de sus exportaciones, otro el récord de empleo, otro el magnífico índice de “confianza empresarial” y otro el aumento de ventas de Volkswagen o BMW.
Barriendo debajo de la alfombra los datos negativos del parcial desmonte del “Modell Deutschland” de los últimos veinte años (el aumento de la precariedad laboral, el crecimiento de la desigualdad social, el incremento del cinismo hacia la política y el deterioro de la proverbial moral del trabajo), el establishment mantiene su optimista campaña con la vista puesta en las elecciones generales del 2013. Mientras tanto, la Europa del sur se va al garete como consecuencia de una política alemana de austeridad asfixiante y de un Banco Central Europeo de diseño alemán y al servicio del sector financiero.
El aparente y frágil “milagro” se sostiene con las ventas en países como China, cuyos aumentos compensan lo que dejan de comprar los arruinados europeos meridionales. Es decir se sostiene, en buena medida, sobre cáscaras de huevo, porque China se está enfriando y lanza señales de nerviosismo. La diferencia entre China y Alemania es que mientras la primera  piensa en prevenir posibles escenarios de debacle, la segunda cómo máximo piensa en las elecciones de 2013 y en escapar ilesa al hundimiento del Titanic gracias a su billete de primera clase. Todos los partidos alemanes que optan a posiciones de gobierno comparten a grandes rasgos el mismo programa al servicio de la misma oligarquía corporativa-empresarial. En el Politburó del Directorio Berlín-Bruselas ni siquiera hay necesidad de purgas, porque no hay rastro de inquietantes disidentes en las instituciones.
La expectativa que hay en Europa no es alemana, sino una combinación del creciente malestar social, en Grecia, Portugal, España e Italia, con unas elecciones en Francia. Esos dos vectores podrían poner en cuestión la política anticrisis de factura alemana. Habrá que ver lo que eso dará de si, pero, como en el caso de Chongqing, lo que aquí importa es el contexto: China depende de Europa, Europa depende de China. Todos están caminando sobre cáscaras de huevo. Unos lo saben, otros, al parecer, lo ignoran o confían en su billete de primera.
Oriente Medio
Y en eso el anciano escritor les despierta de su dulce sueño. Su poema les presenta una lista de banales evidencias sobre el peligro bélico: critica el “supuesto derecho a un ataque preventivo” de Israel, que “dispone de un creciente potencial nuclear fuera de control e inaccesible a toda inspección”, contra un país, Irán, del que se sospecha la fabricación de una bomba. Menciona la “hipocresía occidental” ante ese hecho que, “pone en peligro una paz mundial ya de por sí quebradiza”. Denuncia a su país, Alemania, por entregar a Israel un nuevo submarino, el sexto, capaz de portar “ojivas aniquiladoras”. Romper el “silencio sobre ese hecho”, un silencio que dice sentir como “una gravosa mentira”, supone ser tachado de “antisemita”, dice.
Günter Grass ha pedido, “un control internacional permanente y sin trabas del potencial nuclear israelí” en bien de “todos los seres humanos de esa región dominada por la demencia”. Puro sentido común. ¿Qué tiene que ver este poema con todo lo anterior, con los miedos de China y la errática deriva europea hacia la recesión?
Esa “región dominada por la demencia” citada por Grass es el Oriente Medio, la principal zona energética del planeta, donde, al calor de los problemas internos del régimen sirio, un adversario, Occidente alienta una guerra civil financiada por otras dictaduras árabes amigas, con objetivo de cambio de régimen. Siria podría ser el aperitivo de la gran guerra contra Irán evocada por Grass. Irán es, a su vez, principal suministrador energético de China y gran parte de Asia Oriental, una región cuyo ascenso en el mundo, impensable sin quemar grandes cantidades de petroleo y carbón,  preocupa al hegemonismo occidental.
Una vez más, las piezas de este rompecabezas son confusas en su ensamblaje concreto, no así el sentido general de la situación: una salida bélica es el escenario clásico de una crisis general del capitalismo. Sólo que en este caso la guerra sería detonante de una verdadera catástrofe general. Como dice James Petras, solo un necio puede pensar que el “ataque preventivo” de Israel a Irán, hacia el que Estados Unidos y Europa muestran tanta indulgencia y complicidad, no degeneraría en una gran guerra en la región con muchos muertos en Irán, misiles lloviendo en respuesta sobre Israel, las terminales petroleras del Golfo en llamas y drástico corte del suministro petrolero, es decir, “colapso de la economía mundial y brutal empobrecimiento de centenares de millones de personas en todas partes”.
Todo esto lo suscribe, con distintas palabras y discursos, el sentido común de la gran mayoría de los israelíes y de los alemanes que se declaran en contra de tal ataque en las encuestas. El diario Haaretz de Israel alerta sobre la insensatez de su gobierno en términos no muy diferentes a los de Grass, recuerda el veterano Alfred Grosser, un judío nacido en Francfort en 1925, el más conocido experto francés en temas alemanes. Hasta Shaul Mofaz, un ex general nacido en Teherán que preside el mayor partido israelí, Kadima, considera un desastre el plan guerrero de Netanyahu, sobre el que se habla con preocupación en las calles de Tel Aviv y Haifa, y en la red israelí.
Que el establishment alemán, con su legión de periodistas y políticos conformistas, proisraelíes por una mezcla de cobardía (el miedo a ser tachados de “antisemitas”) y de responsabilidad mal entendida, haya ridiculizado a Grass con la unanimidad y virulencia con que lo ha hecho, no hace sino evidenciar la profunda ambigüedad del cheque en blanco alemán a Israel.
Alemania apoya al gobierno de Israel, cruel y criminal con los palestinos, para redimir la memoria de los horrendos crímenes de la Alemania nazi contra los judíos. Pero los ciudadanos alemanes deben tener en cuenta una cosa, dice el escritor Tariq Alí; “no fueron los palestinos los responsables del asesinato de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo se han convertido en víctimas indirectas del genocidio cometido contra los judíos porque aquellos que sufrieron el mal, lo practican a su vez contra otros. ¿Por qué entonces ninguna simpatía hacia los palestinos?”. La condena de los crímenes nazis obliga a condenar también los crímenes de Israel, no ha cerrar los ojos ante ellos. Sólo alguien  que ha perdido por completo el sentido de la justicia, alguien moralmente ambiguo, inmaduro y profundamente perdido en sus complejos históricos, puede convivir con este absurdo.
En 2008 el continuado crecimiento de China fue clave para impedir un hundimiento global mucho más drástico. Ahora los dirigentes de China se muestran nerviosos. En Europa la situación española se añade a la griega en la demostración de la completa ausencia de perspectiva de la actual euroreceta neoliberal: solo con austeridad, las cosas empeoran. Y en Alemania se abuchea al anciano escritor que, como Casandra, advierte de un peligro de guerra completamente real. Compongan como quieran esas tres piezas, pero hablan con toda claridad de la fragilidad, la inconsciencia y el belicismo de nuestro mundo.