miércoles, 14 de enero de 2009

GAZA, ¿UNA NEGOCIACIÓN IMPOSIBLE?. ¿QUIÉN TIENE RAZÓN?

Blas Lara

“Tienen derecho a la tierra de sus abuelos”. “Tienen derecho a vivir en paz”. “Un pueblo tiene derecho a una tierra”. “La guerra se justifica cuando es en legítima defensa”. “La proporcionalidad y los límites en los actos de guerra son hipócritas, van contra la naturaleza misma de la guerra, cuando no son una exigencia suicida”. Estos y otros muchos argumentos, todos discutibles, se confrontan en estos días nuestros periódicos y en nuestras pantallas de televisión y de ordenador.

Cuestiones jurídicas radicalmente insolubles: ¿En este conflicto, como en otros, cuál es el momento cero de referencia en la Historia para reivindicar la soberanía sobre un suelo ? ¿La época de los filisteos, la de Jacob o Moisés, la de los árabes o los otomanos,…? ¿Por qué antes y no después? No hay razón alguna para que Roma reivindique ahora en el siglo XXI ninguna parte de lo que fue su imperio durante medio milenio.

Decir que los unos o los otros tienen razón, toda la razón, es equivocado. Como sucede en la mayoría de los conflictos, cada parte tiene su parte de razón, seguramente.

Lo que podemos hacer

Ni aún pasando meses en Israel y Palestina para observar directamente los hechos, y muchos días en las bibliotecas estudiando los orígenes históricos y el desarrollo del conflicto, creo que llegaría a una conclusión muy diferente: cada uno tiene su parte de razón. No pienso al cabo de largas investigaciones que podría aportar argumentos nuevos, concluyentes e irrefutables que convencieran de manera definitiva a las dos partes contendientes.

Por todo ello, lo que en este artículo modestamente pretendo es simplemente analizar la situación desde el ángulo neutro de la teoría de la negociación. Algunas lecciones pienso que se pueden sacar.

LIMITES DEL METODO RACIONAL

En las negociaciones personales, binarias, a través de un proceso racional se llega en muchos casos a una solución aceptable para cada uno. El equilibrio teórico se encuentra tras la búsqueda de la racionalidad conjunta. Enunciaré las fases del proceso racional que son :

Primera fase: Desvelar la “inteligibilidad” de la situación generadora del conflicto. Generalmente no es simple a desenmarañar. Hay que clarificarla, y ante todo, descontaminarla de todo sesgo interesado. Acercarse en la medida de lo posible a la objetividad completa sería lo ideal para garantizar la independencia de juicio. La objetividad absoluta haría que las partes contendientes podrían compartir el mismo análisis e interpretación de la situación, si son intelectualmente honradas y sinceras.

Segunda fase: Esclarecer las “pretensiones” de cada una de las partes y evaluar la legitimidad de sus aspiraciones particulares, según las normas éticas o legales.

Tercera fase, muy importante: investigar las “consecuencias” para cada una de las partes de los escenarios posibles.

Como decimos, en situaciones normales, siguiendo estas fases, se encuentran en principio las soluciones objetivas e imparciales. Soluciones “anónimas”, como dice la literatura, es decir, que se investigan sin acepción de personas, y que por ello conducen a situaciones de equilibrio estable y durable.

Estos son los primeros pasos del proceso clásico de solución racional. A continuación viene la implementación. En otras palabras, la aceptación y puesta en práctica de la solución racional.

El nudo del problema, la conditio sine qua non

En la negociación ordinaria los defectos de los agentes suelen ser el conocimiento superficial e incompleto del dossier, la precipitación, los prejuicios. Son obstáculos salvables.
Sin embargo, hay un obstáculo que hace totalmente vana la búsqueda conjunta de la solución racional. Ese obstáculo sobreviene cuando una de las partes, o ambas, dejan de subordinar sus intereses propios a la Razón objetiva.

Cuando el egoísmo ciega a los contendientes de manera que no son por si mismos capaces de poner en marcha el proceso de racionalidad, entonces hay que acudir a la intervención de terceras personas. Personas independientes, competentes y dignas de confianza, que por vía de mediación, de arbitraje o de “facilitación”, podrían salvar el proceso de búsqueda y de implementación de las soluciones justas, equitativas y estables.

Pero siempre se impone una condición sine qua non: Que las partes directamente interesadas deseen sincera y realmente encontrar la Verdad y Justicia, antes que satisfacer exclusivamente sus propios intereses. Por eso, también cuando se recurre a terceros, es imperativo que las partes en conflicto sean capaces de aceptar los puntos de vista – y quizás los dictámenes- de estos terceros. Facilitadores, mediadores o árbitros, lo que sea necesario en cada caso, pero siempre neutros e independientes.

Cuando el conflicto surge no entre individuos sino entre colectividades, la condición sine qua non que postula la subordinación a la racionalidad quizás sea más difícil de satisfacer. Si ya el individuo aislado actúa frecuentemente de manera irracional, aún menos se puede esperar de las masas que sepan plegar sus juicios y comportamientos a las exigencias de la racionalidad, posponiendo sus intereses o sus veleidades.

Gaza, ¿racionalidad imposible?

En el caso de Gaza, y en la situación actual de principios de Enero 2009, no hay solución racional a la vista según los cánones del proceso racional arriba descrito, ni por procesos directos de negociación entre ellos, ni siquiera con ayuda de terceros. Las barreras de las fases primera y segunda del proceso de búsqueda no pueden ser superadas. No se ve manera cómo llegarían a un análisis objetivo conjunto de la situación, susceptible de ser compartido. Ni cómo serían compatibles las pretensiones de ambos, por el momento mutuamente excluyentes.

La vía de las ganancias incrementales

Cuando el proceso se atasca, porque la Razón y la Justicia no pueden imponerse de manera absolutamente perentoria a los agentes de la negociación, todavía les queda un camino, sin dejar los senderos de la racionalidad. Queda aún la vía de la búsqueda conjunta de ganancias incrementales.
Entiendo por soluciones incrementales aquellas que no son totales y definitivas sino que mejoran gradualmente, paso a paso, y simétricamente, la situación actual de los contendientes. Es un proceso que no tiene un horizonte terminal previsible. Busca el interés simétrico de ambas partes, acumulando ganancias y mejoras con relación a la situación actual.

Esta manera de hacer que proponemos se inspira en teoría clásica de la utilidad conjunta , y en la concepción utilitaria, “consecuencialista”, de la Justicia a la manera de John Stuart Mill, y algunos welfaristas.

Bajo la óptica de las mejoras incrementales, la negociación se autolimita por principio y por regla. Evita debates sin salida sobre las fases primera y segunda del proceso, es decir sobre la objetividad del análisis de la situación y sobre la legitimidad de las pretensiones. Por el contrario, se focaliza en la fase tercera de ese proceso, es decir, sobre las consecuencias que pueden tener para cada parte el ir avanzando en la dirección de alguno de los distintos escenarios posibles en cada momento.
El objeto – y la dificultad - de este tipo de negociación se ciñe a la manera de cómo llevar a la práctica el principio de las ganancias incrementales simultáneas.

No será tarea fácil en el caso de Gaza. Pero éste es el trabajo que pueden realizar los negociadores y, más probablemente, los mediadores.

Excluir los radicalismos

Desde un punto de vista puramente metodológico en el que nos situamos exclusivamente, lo que importa es que una negociación sea posible, si no en el contexto del proceso racional clásico antes evocado, al menos en el de las ganancias incrementales. Pero en ninguno de los dos casos es posible transigir con los radicalismos porque nos ciegan todo camino de solución que no sea el de la fuerza. Por eso hay que desautorizar y excluir del proceso a todos los extremismos, si se desea mantener una esperanza de salida.

Veo tres clases de posiciones radicales que deben ser excluidas de la mesa de negociación:

• Radicalismo de las víctimas del conflicto, de los que han sufrido en su persona o en sus familias. Aún siendo el más justificable de todos los radicalismos, y aunque sea doloroso, no se les puede aceptar en una mesa de negociación si conservan su comprensible rencor. Lo que en el Medio Oriente, y no sólo allí, se le pide a las víctimas es heroico: que por encima de la ley de Talión , sobrepasen el dolor y la injusticia padecida, mirando el bien de todos y en particular el de las generaciones futuras.

• Radicalismo acrítico de los que creen poseer toda la Razón o toda la Justicia, como los idealismos integristas, que fácilmente derivan a comportamientos de fanatismo. Estas personas hacen imposible la búsqueda independiente de la verdad objetiva.

• Radicalismo barato, de café y de salón. El de algaradas y manifestaciones callejeras. Radicalismo gesticulante, retórico, pseudointelectual, generalmente poco y mal informado. El más irresponsable de todos. Desearía saber por qué esos pretendidos intelectuales, no organizan manifestaciones de masa a favor de soluciones moderadas y razonables. ¿Qué pensar de los posicionamientos de algunos de ellos que traspasan cínicamente toda lógica y que ignoran conscientemente una parte incontestable de los hechos?

Todos estos radicalismos se descalifican porque condenan de antemano al fracaso las negociaciones ya de por sí difíciles.

En la misma línea de ideas y en lo que se refiere a los medios de comunicación de masa, especialmente la televisión, hay poner en obra formas inteligentes para controlar eficazmente el efecto deletéreo sobre el gran público de los que participan en debates en nombre de radicalismos irresponsables. Pero sin restringir la libertad de expresión. Porque las opiniones públicas son un interviniente no aparente, pero muy real, en el conflicto.