viernes, 7 de marzo de 2014

el referéndum de crimea profundiza la tensión este-oeste

Rafael Poch*

En su lectura más profunda, la crisis es consecuencia del pisoteo de la “Carta para una nueva Europa” firmada en París en noviembre de 1990.

La peor crisis Este/Oeste desde el fin de la guerra fría se enreda por momentos. El Imperio del Oeste ha promocionado un golpe de Estado en Kíev. El Imperio del Este ha contestado ocupando militarmente Crimea. Ambos juegan con el sentir popular y lo usan en su propio provecho. En Kíev para colocar un gobierno que dé pasos rápidos hacia la disciplina europea y la integración en la OTAN, aunque no sea muy representativo. En Simferópol, la capital de Crimea, para justificar una invasión, aunque se trate de tierra rusa. Ayer nuevos pasos acelerados en ambas direcciones: el parlamento de Crimea celebrará en diez días un referéndum para salir de Ucrania y unirse a Rusia. Occidente baraja todo tipo de sanciones y mueve tropas y armadas en el Báltico, Polonia, Egeo y Mar Negro. En broma, en broma, se avanza hacia una versión cutre de la crisis de los misiles de 1962. Ahora la isla se llama Crimea.

La decisión del parlamento local se tomó por 78 votos contra cero y 8 abstenciones. El referéndum, inicialmente previsto para el 30 de marzo y con una pregunta para incrementar la autonomía, se adelanta para el 16 con una pregunta sobre si se desea la unión con Rusia. Aunque Putin dijo de forma categórica el martes que “Rusia no considera” una anexión de Crimea, hacerlo será mucho más fácil de lo que fue desgajar Kosovo de Serbia. Las violaciones de la “integridad territorial” son últimamente algo bastante corriente. Lo único que cambia es la coreografía.

Sergei, un marinero de Odesa, me explica donde queda el sentir popular de los ucranianos en medio de este insensato tira y afloja que obliga a la Madre Rusia, a la que se quiere arrinconar en la línea del Dnieper, a empuñar el fusil. Sergei, unos 45 años, es marinero en tierra y vende souvenirs junto al monumento al Duque de Richelieu, gobernador de esta ciudad a principios del XIX. Por un lado detesta al nuevo gobierno de Kíev que ha sustituido al del Presidente (legítimo y huído) Viktor Yanukovich, al que califica de “podrido”. Por el otro lado, no le gusta la machada militar rusa en Crimea. Después de más de veinte años Ucrania es un país independiente y no se puede atropellar su soberanía.

“Eso no va a gustar ni siquiera en amplios sectores de la Ucrania del Este y del Sur”, dice, refiriéndose a la parte del país más favorable a Rusia. No tiene muchas dudas acerca de que el movimiento Maidán fue una magnífica manipulación del general sentir popular contra la podredumbre. Cree que los francotiradores fueron la guinda que decidió el cambio de régimen. ¿Por cuenta de quién?; “evidentemente, de los que han salido ganando con ello”. Lo de Crimea es un esperpento: las tropas que hay allá son, evidentemente, rusas por más que Moscú niegue la evidencia y hable de espontáneos “grupos de autodefensa”.

Esta opinión, informada pese al enorme sectarismo de los canales de televisión -los rusos al servicio del Kremlin, los ucranianos en manos de magnates en sintonía con Euroatlantida- sutil y matizada en sus acentos, es precisamente la mayoritaria en el país, de acuerdo con las encuestas disponibles: no al ingreso en la OTAN (por eso sus partidarios no quieren oír ni hablar de un referéndum ucraniano sobre ese tema), sí a la independencia y soberanía nacional de Ucrania y sí también a unas relaciones fluidas, estrechas y fraternales con Rusia (no confundir con la persona o el régimen de Putin), sin que ello quiera decir que nos dejamos invadir por amor. Si esto es así, ¿cómo se ha llegado al actual desbarajuste? Se trata del esquema general de la seguridad europea.

En noviembre de 1990 los países de la CSCE (hoy OSCE), es decir la URSS y Euroatlántida, firmaron en el Palacio del Elíseo, la “Carta de París para una nueva Europa”. Aquel documento contenía el diseño de una seguridad continental integrada, es decir el fin de la guerra fría. Su preámbulo proclamaba que, “la era de la confrontación y división de Europa ha concluido”. En el apartado, “relaciones amistosas entre estados participantes” se afirmaba: “La seguridad es indivisible. La seguridad de cada uno de los estados participantes está inseparablemente vinculada con la seguridad de los demás”. En el apartado “Seguridad”, se anunciaba, “un nuevo concepto de la seguridad europea” que dará una “nueva calidad” a las relaciones entre los estados europeos. “La situación en Europa”, se prometía, “abre nuevas posibilidades para la acción común en el terreno de la seguridad militar. Desarrollaremos los importantes logros alcanzados con el acuerdo CFE (desarme convencional en Europa) y en las conversaciones sobre medidas para fortalecer la confianza y la seguridad”. Se ponía incluso fecha a los compromisos; “iniciar, no más tarde de 1992, nuevas conversaciones de desarme y fortalecimiento de la confianza y la seguridad”. En lugar de eso se abrió paso una seguridad a costa de la seguridad del otro. Hubo ampliación, globalización y avance de la OTAN, allí donde Moscú se había retirado. El ingreso en el bloque militar contra Rusia se ofreció como antesala del ingreso en la Unión Europea. Muchos ex satélites y ex víctimas de Moscú corrieron entusiasmados hacia ese alivio. Adoptando el capitalismo, Rusia no ofrecía el rostro más benigno. Pero ese país y sus intereses existen. Su diplomacia reclama desde 1992 el esquema de la Conferencia de París y en lugar de ello le ofrecen escudos antimisiles “contra Irán” en Rumania y Polonia, y cuando se queja le acusan de “imperial”. Ahora le enfrentan a algo equiparable a si Estados Unidos tuviera que convivir con un Canadá miembro de un bloque militar hostil.

Para realizar esta genialidad se ha colocado en Kíev el primer gobierno con ministros ultraderechistas y antisemitas (el partido Svoboda tiene seis carteras y mucho de eso) desde 1945. Occidente tiene suerte de que el régimen político de Rusia carezca de todo atractivo social y popular, y se asiente exclusivamente sobre el nacionalismo. De lo contrario, el barrido eslavo oriental sería imparable. Mientras tanto, maniobras en el Báltico y en Polonia, un portaviones con acompañamiento de armada en el Egeo, sanciones a la vista y pronto tensión en el Mar Negro. FIN



Kíev califica de “farsa” la consulta

Crimea no puede decidir por sí sola su salida de Ucrania, dijo ayer el presidente de la Rada de Kiev, Aleksandr Turchinov, formal “jefe de Estado interino” del nuevo régimen. “Según el artículo 73 de la Constitución, solo un referéndum de toda Ucrania puede examinar la cuestión de las fronteras y los cambios territoriales”, dijo Turchinov en un breve mensaje televisado.”Esta decisión es ilegítima, es una farsa”, concluyó. Crimea ha desconectado canales de televisión ucranianos. Ucrania desconectó anteayer canales rusos. Ambas partes practican una intensa guerra propagandística, omitiendo los informes que no les convienen. El ambiente en las ciudades ucranianas es tranquilo. Las manifestaciones de los últimos días apenas congregan a centenares de personas. El rechazo y la indisposición hacia la violencia es absolutamente mayoritario. La llamada a la movilización de reservistas lanzada por Kíev ha sido completamente ignorada.